Mientras pierde progresivamente la vista, Julia investigará el misterioso suicidio de su gemela ciega. Rápidamente descubrirá que hay algo oscuro detrás de su muerte y deberá enfrentarse a los mismos terrores que la acechaban.
Desde hace ya algunos años el cine de terror español experimenta un auge en el cual Guillermo Del Toro tiene mucho que ver. Su nombre no obstante no es garantía de confianza, si bien lo ha impreso en El Orfanato con éxito hay otros trabajos poco logrados de los que era mejor mantener distancia. Los ojos de Julia, que lo tiene como productor, es una película entretenida que parte de un planteo interesante, no obstante los clichés, las constantes vueltas sobre sí misma, y una resolución que termina tomando el camino flojo y sencillo, la perjudican notablemente.
Julia, una buena actuación de Belén Rueda, investiga el presunto suicidio de su hermana ciega Sara mientras pierde progresivamente la vista, algo que se subrayará una y otra vez con subjetivas de un mundo que se va apagando. Tanto su marido Isaac como los oficiales de Policía no le creerán cuando plantee que hay un trasfondo detrás de esta muerte, por lo que la búsqueda de un posible asesino deberá llevarla adelante en soledad. Recorrerá uno a uno los lugares en los que ella estuvo y descubrirá que había un hombre en su vida, a quien nadie recuerda por tratarse de alguien sin luz, un sujeto que pasa desapercibido como si viviera sumido en las sombras. Se producirá así un juego de escondidas que se extenderá a lo largo de sus 112 minutos, repitiendo una y otra vez escenas en las que el asesino está a punto de atraparla y ella a último momento logra escapar sin siquiera darse cuenta, o persecuciones en las que Julia llegará a callejones sin salida por los que él pudo desvanecerse.
Al revelarse la identidad de este misterioso sujeto se termina asestando el golpe definitivo por tratarse de alguien que no aparece en toda la historia y al que se lo inserta recién al final como para que la explicación tenga su lógica. Como si su papel se hubiera escrito siguiendo el manual del villano de cine terror, tiene su pared llena de fotos de sus víctimas, su dosis de locura y motivaciones que no terminan de cerrar. El director Guillem Morales vuelve a poner el eje en la paranoia como hiciera con su primer largometraje, El Habitante Incierto, aunque lo hace con menos sorpresas y más obviedades. Lo que desde un primer momento se revela como interesante se agota a fuerza de repetición, permitiendo que la película se extienda más de la cuenta y se resuelva en forma injustificada.