Cuerpo y alma
Luego de El estudiante (2011), Santiago Mitre apuesta por un film completamente distinto. Filmado en colaboración con Juan Onofri Barbato, Los Posibles (2013) mixtura la danza y el cine. Y la unión es más que positiva.
A muchos ha desconcertado que, tras El estudiante, Santiago Mitre haya dejado de lado al relato narrativo para sumergirse en una propuesta tan experimental. Que, además, lo pone en el rol de “co-director”. Su compañero es un coreógrafo, algo que permite explicar por qué Los Posibles funciona desde su matriz cinematográfica y obtiene el lucimiento de sus magnéticas, vibrantes coreografías.
Hasta ahora, la videodanza era una disciplina artística relativamente nueva, “para entendidos”. Es posible que este film, rodado con una elogiosa factura técnica, permita ampliar la recepción de este tipo de obras. Lo que también es singular es el hecho de que los bailarines sean un grupo de adolescentes del centro de integración social Casa La Salle. A puro vértigo se entregan en un frenesí de movimientos, en los que lejos de entregar modelos coreográficos clásicos proliferan formas más contemporáneas e inspiradoras.
Hay un concepto tribal en la puesta en escena, que alterna coreografías individuales o de dúos con otras grupales. La música acompaña este esquema y, sumada a la entrenadísima cámara en comunión con la luz, consigue impactar al espectador. Al menos, a aquel que esté dispuesto a sumergirse en este goce cinético.
En su función más social, Los Posibles demuestra que se puede lograr integración sin necesidad de apelar a formas artísticas que porten un contenido de denuncia. Qué duda cabe que el arte puede poner en vidriera al enorme talento de estos jóvenes. En lo estrictamente artístico, la película da cuenta de una álgida situación artística que vive la danza contemporánea en nuestro país que, desde finales de los ’90 a esta parte, entrega notables creadores de universos tan personales como sugestivos. Aquí, hay un trabajo corporal creativo y riguroso, que oscila entre la construcción de un espacio enrarecido, por momentos siniestro, y una “otredad” en la que conviven lo extraño y el homoerotismo (los que danzan son todos varones). Lo mejor es no cerrarse a una interpretación; conviene dejar que el intelecto fluya luego de la proyección.