Con una población cercana a los cincuenta millones de habitantes Corea del Sur es, seguramente después de los Estados Unidos, uno de los países con mayor porcentaje de espectadores locales. Anualmente un 50 por ciento del público coreano ve films de su país.
El número de estrenos locales por año en Corea del Sur es de alrededor de cien, contra unos 70-80 en Argentina. Al estrenar allí anualmente unos 350 títulos contra algo menos de 300 en Argentina, los porcentajes de películas nacionales (25-30%) son parecidos en Argentina y Corea. Pero la gran diferencia está en la concurrencia ya que en nuestro país apenas alcanza al 10%, máximo 15% cuando aparece un “El secreto de sus ojos”.
Todo esto viene a colación de la presentación esta semana en Argentina de ”Los senderos de la vida” (“Treeless Mountain), segundo largometraje de la realizadora So Yong Kim (“In Between Days”). Conocido básicamente en los BAFICI, últimamente se está viendo menos cine del Lejano Oriente. La causa principal es la retirada del mercado de más de una distribuidora independiente especializada en este tipo de producciones, ante el bajo retorno de las inversiones en este tipo de producciones.
El relato de esta película coreana está centrado en la suerte de dos hermanitas de seis y cuatro años respectivamente, abandonadas primero por el padre y luego inclusive por la madre. Quedan a cargo de una tía alcohólica (hermana del padre), que pronto busca deshacerse de la que considera una pesada carga. Un poco a la deriva, las niñas encontrarán en la abuela materna un respiro luego de un largo deambular sin claro destino.
El atractivo de “Los senderos de la vida” no radica tanto en su sencillo argumento sino en la notable interpretación de Kim Hee-Yeon en el rol de Bin, la hermana mayor. Cuando en un momento dramático de la trama le dicen que “es igual a la madre” ella responde, con singular agudeza, que ello no es así para nada para luego agregar que “mamá es una mentirosa”, en alusión a la deserción de la progenitora.
La directora reconoce que su obra es algo autobiográfica lo que le otorga mayor autenticidad a la trama que ella desarrolla. En verdad se trata de una coproducción con los Estados Unidos, pese a estar filmada totalmente en los alrededores de Seúl. Ocurre que el coproductor es el norteamericano Bradley Rust Gray, marido de Yong Kim.
La película no tiene propiamente un final definido, una prueba más de que aquí lo que se privilegia es la descripción de las relaciones familiares con momentos de gran ternura como las que deparan los juegos de las hermanitas con un chanchito alcancía, que parece tomar vida.