Momentos robados de la infancia
De cuño autobiográfico, en su película la directora retrocede hasta el momento en que, siendo muy pequeña, su mamá se vio obligada a dejarla, junto con la hermana menor, al cuidado de los abuelos. Una novela de aprendizaje en los antípodas de Dickens.
Si fuera posible reducir al mínimo una novela de formación de Dickens, de ésas llenas de duras peripecias, es posible que el resultado se pareciera a Los senderos de la vida, que casi no las tiene. Segunda película de la realizadora coreana Kim Yo Song, Los senderos de la vida parte, como la anterior, In Between Days, de una base autobiográfica. La ópera prima de Yo Song, ganadora de dos premios en el Bafici 2007, giraba en torno de las dificultades de adaptación de una chica coreana en Estados Unidos. En Los senderos de la vida (presentada también en el Bafici, el año pasado), la realizadora retrocede hasta el momento en que, siendo muy pequeña, su mamá se vio obligada a dejarla, junto con la hermana menor, al cuidado de los abuelos. Si la mamá encuentra finalmente al padre tal vez no sea la cuestión: a diferencia de Dickens, aquí no importan los acontecimientos en sí, sino el modo en que cada uno de ellos se procesa interiormente.
La montaña sin árboles del título original (Treeless Mountain) es un seco montículo de tierra, desde el que Jin (la asombrosa Kim Hee Yeon) y su hermana Bin (Kim Song Hee) observan cómo la mamá se sube a un ómnibus y parte. A esa montaña sin árboles Jin y Bin se asomarán cada mañana, en espera de la mamá. Y plantarán un arbolito (no la semilla de un árbol, sino un arbolito seco que encontraron por ahí), con la esperanza de que crezca. Si una espera da tanto fruto como la otra, no será por un abandono voluntario, sino obligado. Con el padre ausente, la mamá no logró sostener el departamentito de Seúl en el que vivía junto a Jin y Bin. Por eso las dejó con su cuñada. Pero a la cuñada le preocupa más hacer rendir a sus sobrinas (cobrándole a una vecina la lastimadura que el hijo le provocó a una de ellas, por ejemplo) que cuidar de las chicas. Así que terminarán a cargo de los abuelos, que tienen una granja en medio del campo. De la abuela, más bien, porque el abuelo tampoco quiere saber nada con las nenas.
En los antípodas del incidente novelesco, el conocimiento del mundo de Jin y Bin no se choca con parientes sádicos (aunque algo de eso hay en la tía) ni, mucho menos, rocambolescos gangs de ladronzuelos callejeros. Se logra por intercambios nimios, despojados de toda aura novelística. Prematuramente madura cuando vivían con la mamá, en su ausencia Jin llora, se hace pis en la cama, se niega a comer, mientras Bin se hace amiga de un chico Down de las inmediaciones. La mamá prometió volver cuando se colmara un chanchito-alcancía, así que es cuestión de juntar monedas. Una forma de hacerlo es mediante la venta callejera de saltamontes, listos para hacer en brochette a la parrilla (costumbres orientales). Otra, cambiar monedas de un won por otras más chicas, cuestión de llenar más rápido el chanchito. Lo que aprenden junto a la abuela tal vez deje sedimento. Pero no hay forma de saberlo: Los senderos de la vida no termina cuando llega a una conclusión, sino en un momento cualquiera. No se trata de narrar un proceso dramático en tres actos, sino de sacar una foto de hora y media de duración.
Estilo “mosca en la pared”, la cámara de Kim Yo Song observa e intenta disimular su presencia. Lo que la lente captura son momentos robados: el rostro angustiado de la mamá, una lágrima asomando al de alguna de las nenas, la mirada desorientada de otra. En más de una entrevista la realizadora citó como referencia a Nadie sabe, de Hirokazu Kore-eda. Referencia visible en la pertinaz abstinencia de todo énfasis, de golpes bajos, de armados intrusivos de la trama. También en la invisible, prodigiosa dirección de las niñas, que permite convertir el rostro de la pequeña Kim Hee Yeon en un campo de emociones. Esas emociones incluyen la angustia, la tristeza, la desolación incluso. Pero no se detienen allí. Como para Dickens, Kore-eda y tantos otros artistas que hicieron de la infancia su materia, para Kim Yo Song esa fase representa un tránsito incesante. Por eso la historia no termina en ningún punto: porque no hay historia, sino devenir.