Sin fecha de estreno en Buenos Aires por falta de sala, lo que constituye una pena para la cinefilia local que por suerte cuenta con el siempre acogedor cine Club Núcleo dando la chance de disfrutar calidad cine, películas como esta esperan tener un lugar y subsisten en circuitos alternativos.
Los senderos de la vida parte de un hecho autobiográfico de su directora, So Yong Kim, quien encara aquello que al menos en teatro suela estar prohibido: trabaja con infantes, en este caso dos niñas. La historia cuenta como Jin y Bin, de 6 y 4 años aproximadamente realizan un viaje por el mundo de sus afectos y reencuentran una familia, a partir de la imposibilidad de la madre de mantenerlas, un padre ausente y una situación económica que promueve la necesidad de migrar y reacomodarse. En este peregrinaje deberán dejar la escuela, adaptarse al trato de una tía pobre y deprimida y aprender a juntar centavos para la alcancía, rescatando finalmente el valor de los vínculos familiares primarios en un nuevo hogar.
Mostrando una vez más el lado seco y pauperizado de Corea del Sur, la película logra un excelente contraste con el paraje idílico del final, pobre pero afectivo, cuando las niñas llegan a la granja de los abuelos. Con algo de rito de iniciación, esta película nos habla de lo inevitable del crecimiento. Destaca la belleza del silencio y los planos de las caras infantiles, la captación de un mundo de inocencia que ha ganado un lugar en el cine de los últimos años.
Quizás eso sea de lo más interesante que aporte esta película: marcar un nuevo jalón en los films sobre niños y niñas que están solos, como fenómeno de las grandes ciudades, cuyas condiciones económicas promueven orfandades y destierros, pero también solidaridades y poesías.