Dos niñas esperan
Convengamos que la premisa es fácil de decir pero no tanto de representar, por lo menos no sin jugar al borde y, por ahí, pasarse al otro lado, el de la catarsis y el subrayado. Dos niñas, una en edad de escuela primaria y otra mas pequeña, son dejadas, casi abandonadas, por su madre en la casa de la ex-cuñada de esta y tía de las nenas debido a las dificultades económicas y el intento de la madre de viajar a reencontrarse con su ex-marido. La madre le promete a sus hijas volver pronto y desaparece mientras las niñas, sin otro remedio que esperar el regreso de la abandónica, quedan medio a la deriva, a cargo de una mujer no muy confiable, sin malas intenciones pero con escaso interés en el cuidado de sus sobrinas y con mas entusiasmo por tomarse algunos tragos, llegando incluso a olvidarse de que les tiene que dar de comer o a dejarlas suelas deambulando por el barrio sin ninguna supervisión.
Con esa misma premisa se podría haber hecho un melodrama/folletín decimonónico o un culebrón telenovelesco. Eso salvo que uno tenga el talento y la sutileza de la directora So Yong Kim, que opta claramente por otro camino, el de hacer un retrato delicado sobre el mundo de la infancia desde la mirada extrañada de los niños a un mundo de los adultos cuyo comportamiento y motivaciones se les revelan ajenos, incomprensibles y arbitrarios. Un camino que comparte con Nadie sabe, de Hirozaku Kore-eda, otro film oriental de temática y tono muy similar.
Los días van pasando sin que la madre de señales mientras las hermanas sufren el abandono pero tratan de mantener la esperanza y de creer. Así, van juntando con empeño monedas para lograr llenar una alcancía, momento casi mágico que, en las palabras de la madre, marcara la hora de su regreso. Paulatina y amargamente se irán dando cuenta que estas palabras, como las de otros adultos no tienen demasiado valor. La realizadora retrata la cotidianeidad de las pequeñas protagonistas de manera minuciosa y sin despegar la cámara de ellas pero a la vez sin invadirlas, dándoles espacio y logrando actuaciones notables de parte de ambas, sin estridencias, con naturalidad y bancándose el primer plano, oscilando entre la sorprendente madurez con que sobrellevan su situación y la ingenuidad infantil que sin embargo conservan.
El país idealizado de la infancia también a veces puede ser áspero y hostil, como los paisajes despojados en que las niñas deben moverse solas y donde juntas trataran de mantener un poco de calidez entre tanta indiferencia. So Yong Kim las retrata con respeto y ternura, demostrando que sin acudir a golpes bajos se puede ser sensible y conmovedor.