LA ADORABLE REVOLTOSA
La directora uruguaya Lucía Garibaldi toma elementos del coming of age para revelar, en clave de comedia asordinada, el submundo sexual e implosivo de una adolescente autoconscientemente conflictiva. Rosina, la protagonista, habita junto a su familia una ciudad balnearia que padece la falta de agua y la amenaza que los tiburones generan contra la economía turística del lugar. Mientras, ayuda a su padre en un emprendimiento de cuidado de jardines y piletas. Decimos que el grado de conflicto que rodea a Rosina es autoconsciente, porque muchas veces son las propias situaciones que la joven genera las que terminan explotando en su entorno familiar y laboral. La incomodidad es una regla que Rosina cumple para movilizar lo que es, en apariencia, un tránsito bastante abúlico por un lugar que no ofrece demasiadas posibilidades. Y por lugar entendamos tanto lo geográfico como la adolescencia que le toca atravesar.
Se podría pensar a Los tiburones como una película que funciona por acumulación. Si durante los primeros minutos el tránsito de Rosina se vuelve un tanto confuso, y con ella el de la película, el constante trato con sus familiares y quienes la rodean hace que comprendamos mejor el tono que Garibaldi le imprime al relato. Que es básicamente un drama, con una superficie en la que se refleja mucho del cine latinoamericano que retrata las complejidades de la adolescencia, pero que deja asomar el serpenteo de la comedia viperina así como los tiburones dejan ver sus aletas entre las olas. El humor surge en algunos diálogos y situaciones, donde la desfachatez de la adolescencia queda expuesta sin ningún adorno ni impostura indie, pero además en las acciones que va generando Rosina con un espíritu bastante revoltoso. Si bien se observa la presencia de un entorno machista (especialmente en el grupo de hombres que trabajan con la protagonista) y cómo eso condiciona la experiencia de una adolescente, a Garibaldi parece preocuparle menos la representación de lo genérico que la de cualidades personales que se corren de lo correcto. Por eso que la de los tiburones (amenaza que sólo Rosina parece ver en el pueblo costero) es decididamente la metáfora que mejor funciona en un film que no duda en ser directo cuando debe serlo, como en cierta escena de sexo.
Claro que la acumulación en Los tiburones va generando expectativas que la película termina por concretar recién en la última escena. Que es estupenda y precisa, pero que también revela otras posibilidades que la película nunca se preocupa por explotar. Rosina acciona en función de algo que le pasó. Su “revancha” es particular y disfrutable, y ese último plano con ella caminando y saboreando su triunfo nos deja en compañía de un personaje formidable e imprevisible, al que la película no le termina de hacer la total justicia que se merece.