Buscando en la orilla
Se asoma una aleta en el mar tras un incidente y con ello la película deja claro, al menos alegóricamente, de que irá. Podríamos usar el término depredadora, pero el desarrollo narrativo está muy lejos de estar encaminado hacia la subsistencia. Ortega y Gasset dicen que la caza es todo lo que se hace antes y después de la muerte del animal, y también que la muerte es imprescindible para que exista la cacería. Una definición que está más acorde a las acciones de la protagonista de Los Tiburones.
En esta ocasión la presa sería un joven por el que parece sentirse atraída y por el que se rebelará ante su familia e incurrirá en acciones cuestionables, como secuestrar una perra propiedad del muchacho para que este no la pueda encontrar. Podríamos decir, por la edad adolescente de la protagonista, que todo esto es producto de un impulso hormonal típico de la edad, pero sus acciones son tan extremas y su expresión tan parca, que la identificación con el espectador se dificulta.
A ver, un personaje puede ser moralmente cuestionable y aún así no lo juzgamos; Hitchcock consiguió dicha faena en Psicosis. Sin embargo, esa identificación no se consigue aquí y, sumado al poco desarrollo de los protagonistas aledaños, es lo que hace difícil seguirle el juego a ella y a la película como un todo.