El primer plano de esta película hecha por la directora uruguaya Lucia Garibaldi nos presenta a su personaje principal Rosina (Romina Bentacour) corriendo y mirando hacia atrás, como si alguien la persiguiera, a la vez que rompe la cuarta pared y convierte al espectador en cómplice de la vida que lleva. Luego de eso será la única testigo del avistamiento de un tiburón en la playa (visualmente esplendida gracias a la fotografía de Germán Nocella).
La vida de Rosina es como la de cualquier adolescente pero hay algo en ella diferente, a pesar de su mirada indiferente sus acciones hablan. Ella quiere escapar de ese mundo donde vive. Consigue un trabajo donde predominan hombres, no soporta a su hermana y ve a su madre (y así su directora) como una inútil que no entiende lo básico de tecnología, el padre casi ausente apenas sirve como alguien que la transporte de aquí para allá.
Todo esto genera en ella la necesidad de crear sus propias aventuras y emocionarse con cosas que a otros asustan como los tiburones. Muchas de estas aventuras rozan lo siniestro, como el secuestrar el perro del chico que le gusta o hacerle llamadas constantes y aterradoras. Si no fuera por algunas situaciones cómicas o porque Garibaldi no cae en el cine de género, podría decirse que se trata del comienzo de una potencial psicópata.
Es eso lo que también aleja un poco y la vez atrae del personaje principal. Esa indiferencia hacia el mundo que la rodea, convincentemente retratado por Bentacour, puede expulsar al espectador o generar rechazos por sus acciones. Pero por otro lado sus acciones están justificados por ese entorno que la rodea. No es de extrañar que en varios planos generales se la vea a ella caminando sola.
Esa primera escena que relate del comienzo, también puede verse como una forma de llamar la atención de la directora. Su protagonista maneja los hilos de todo lo que ocurre y logra su objetivo. No se me ocurre mejor metáfora sobre el papel de un director que esa escena en la que expone todo lo que va a tratar esta película.