En el que fue su último papel para cine (luego se lo vería, brevemente, en “Twin Peaks”), Harry Dean Stanton se luce encarnando a un personaje que retrotrae a otros de su carrera, y hasta lo que él era en vida. Un drama asordinado, naturalista, melancólico pero jamás sentimental, acerca de un anciano que sigue viviendo su vida en un pequeño pueblo, apegado a sus hábitos y sin dejarse vencer ni por la edad ni por los achaques.
Sin intentar ser documental ni mucho menos, de todos modos LUCKY coquetea con el género. Es que uno puede tranquilamente imaginar que la vida, las habilidades y la personalidad real de Harry Dean Stanton no deben haber sido muy diferentes a las de su personaje en esta película. O, acaso, este homenaje en vida al actor que fallecería poco después, es una combinación de gestos y pasiones puramente propias combinadas con las de un personaje de ficción. Lo que de algún modo se da por llamar “personaje hecho a medida”.
En un pueblo chico, de gente por lo general sola, excéntrica y bastante mayor, Lucky vive su vida. Anciano y flacucho, pero no deja de hacer ejercicios todas las mañanas ni juntarse con vecinos y amigos en el bar. En un tono y utilizando un modelo similar pero aún más pequeño que el de David Lynch (quien actúa aquí, tan peculiar como siempre) en UNA HISTORIA SENCILLA o hasta el propio Alexander Payne en NEBRASKA, el también actor John Carroll Lynch dirige a Harry en el papel que da título al filme, un veterano de la Segunda Guerra Mundial que hoy, pasados los 90 años, se rehusa a dejarse vencer por el tiempo.
LUCKY acompaña al personaje a lo largo de un tiempo en apariencia breve en el que entabla una relación (más platónica que otra cosa) con una mujer latina, se enreda en charlas y discusiones con sus colegas de bar u ocasionales compañeros de barra. Allí hay lugar para obsesivos (como el personaje de Lynch lo está con su tortuga que desapareció), la dueña del bar, una pareja que es habitué del lugar y así. Pero fuera de esos encuentros está el retrato cotidiano. Su inicial preocupación pasa por unos dolores físicos que lo llevan al médico, pero no parece ser nada serio. O, al menos, nada que le impida seguir fumando y haciendo sus actividades cotidianas.
Carroll Lynch se aleja de cualquier sentimentalismo. No hay aquí una segunda oportunidad ni la clásica redención de un hombre que al final de su vida admite errores del pasado. Y si algunas de esas cosas suceden, están contadas al pasar, sin darle demasiada preponderancia en el relato y menos en su tono. Ante la duda el director opta por el minimalismo y hasta cierta extrañeza a la hora de definir los actos y la suerte de sus personajes. Hay algo similar también a HORACE AND PETE, la serie de Louis CK, en ese retrato de personas alejadas del ruido y caos cotidiano, aunque aquí no hay devenires tan densos como en esa gran serie.
LUCKY es un homenaje en vida a Stanton, que se permite cantar en castellano y tocar la guitarra, asomarse al pozo más profundo de la inminencia de la muerte, pero también a darse cuenta que un trago y un cigarrillo, a esa altura del asunto al menos, más que perjudicarlo a sobrellevar el tiempo que le queda le ayudará a tomarlo con menos dramatismo. Y las conversaciones, debates y preocupaciones que surjan en el bar o en la calle no lo harán modificar muchos hábitos más que ensayar una sonrisa cuando antes había una puteada o una cara amarga. Sonrisa con la que enfrenta —el personaje y, uno gustaría imaginar, también el actor— los días que le quedan por vivir.