Estrellas que se apagan.
Es curioso que el actor —y a partir de ahora también director— John Carroll Lynch y el conocido cineasta David Lynch compartan algo más que el curioso apellido que les une. Y es que es inevitable ver un interés común de ambos a través de sus respectivos filmes Lucky: un joven de noventa años y Una historia sencilla (The Straight Story, 1999).
En sendas obras no sólo se tratan los temas de la vejez, la soledad y la muerte, sino que además se hace con unas formas que despiertan ciertas semejanzas. Las historias se cuentan pausadamente, con un tempo lento y tranquilo. Los planos son sencillos, sin muchas florituras agresivas que distorsionen la armonía de los mismos. Dichas construcciones dotan a las películas de un tono poético, evocador, nostálgico.
Y no sólo ello, sino que el mensaje de los dos filmes parece ser el mismo: la aceptación de las distintas fases de la vida. En este sentido recuerdan al cine de Ozu, un cine sobre las pequeñas cosas, sobre la belleza de lo cotidiano, sobre la quietud, la calma y el paso del tiempo.
Es más, incluso parece haber en Lucky… una referencia casi directa a la obra de David Lynch. Este momento se da en la escena del bar en la que el protagonista y otro personaje que también tiene una avanzada edad comparten aventuras del pasado transcurridas durante su participación en la Segunda Guerra Mundial. En Una historia sencilla hay una escena de contenido y forma de enorme semejanza, tanto que es inevitable pensar que se trata de un homenaje por parte de John Carroll Lynch.
Tanto en Lucky… como en Una historia sencilla cobra a su vez una gran relevancia el lugar donde todo transcurre. De hecho, en ambas películas el paisaje posee un aspecto enormemente idílico, sobre todo en la obra de David Lynch. En el caso de Lucky… la estética de las localizaciones es más cercana al western, y en algunas ocasiones parece que a quien estamos viendo en pantalla es al protagonista de Paris, Texas de Wim Wenders con unos cuantos años de más.
Pero a quien vemos en realidad es al longevo Harry Dean Stanton, el cual parece interpretarse a si mismo en los postreros días de su vida. El actor fallecería pocos meses después del rodaje de la que es una de sus últimas apariciones frente a la cámara. Entre esos trabajos finales se encuentra también la continuación de Twin Peaks de David Lynch, quien a su vez tiene un pequeño papel en Lucky…
Es también inevitable esbozar un cierto parecido entre la opera prima de John Carroll Lynch y The Ballad of Cable Hogue, de Sam Peckinpah, debido al tono lírico previamente citado, la atmósfera típica del salvaje Oeste mezclada con una voz personal muy alejada de lo común y la narración que versa acerca de los últimos días de sus respectivos protagonistas.
Los días postreros del personaje de Lucky… están marcados por una cómoda y peculiar rutina. Sin embargo, algo irrumpe en su vida para despertar dudas, conflictos y miedos. A partir de entonces el anciano Lucky se verá envuelto en una espiral de recuerdos, conversaciones y reflexiones que le acompañarán a lo largo de su camino.
Sin perder el humor, el viejo vaquero buscará sus propias respuestas para encontrarle un sentido a la existencia, pero nunca perdiendo su coherente visión de la realidad. Y es que para Lucky el realismo es imposible ya que, como él mismo deja claro al principio del metraje, lo que uno ve no es lo mismo para otro. Con esta reflexión tanto el personaje como el director John Carroll Lynch dejan claro que la película no busca establecer ninguna máxima absoluta, sino tan solo retratar una búsqueda subjetiva, personal e interior.
Y eso sin duda lo consigue, sobre todo gracias a un Harry Dean Stanton que abre su corazón y su mirada —literalmente— a la cámara y al espectador. Por ello Lucky… es una película que traspasa la pantalla, porque cuenta tanto las últimas vivencias de su protagonista como las del actor que lo interpreta.
En su debut como director John Carrol Lynch nos regala momentos mágicos, momentos que nos dicen que las grandes estrellas siempre se apagan lentamente.