Dicen que no es tan fácil encontrar piedras preciosas, aproveche entonces ir al cine pues esta es una de ellas.
Dicen que no es tan fácil encontrar piedras preciosas, aún en las áreas más prolíficas para ello. La duración de los tres o cuatro planos panorámicos de la inmensidad de Texas al comienzo de éste estreno revelan la intención detrás de ellos. Mostrar la inmensidad del desierto y su estado de perseverancia inclaudicable. En el último de este conjunto de planos se produce una ruptura narrativa entre los cerros y cactus desérticos porque casi en el medio del encuadre, abajo, una tortuga se desplaza con paciencia de derecha a izquierda hasta desaparecer. En esa pequeña compaginación no sólo estamos instalados en el espacio de la acción, sino que además sabemos que nos van a hablar un rato sobre el tiempo, el paso del mismo, las huellas que este deja y la relatividad con que se lo mide. ¿Qué otra cosa representa una tortuga sino? Es orografía viva. También intuimos que será abriendo el corazón la mejor manera de disfrutar lo que se viene.
El hombre, bastante entrado en años, se despierta, prende la radio y un cigarrillo, se lava las axilas, hace ejercicio y sigue fumando. Toma un vaso de leche, se cambia y sale de su casa en una pequeña y aislada comarca de Texas. Cuando vemos el rostro de Harry Dean Stanton, con sus 89 años, en un primer plano con el cielo de fondo comienzan las emociones. El primer gran homenaje que recibe éste inmenso artista es que los títulos dicen: “Harry Dean Stanton is Lucky”. Sí, en la pantalla se lee el nombre del actor protagónico, el de su personaje y la vez el de la película; pero también dice claramente: Harry Dean Stanton es suertudo.
Lucky tiene una rutina claramente establecida, lo metódico de su comportamiento en casa, también lo es afuera. Entra al bar, saluda al dueño (se adivina) de la misma manera que desde hace años. Se sienta, hace palabras cruzadas con ávido interés por cada una, y luego de ese desayuno irá al almacén a comprar leche para colocar en la heladera junto a los otros dos cartones en orden de fecha de vencimiento. Luego verá la televisión, y más a la nochecita va a un pub a tomar su trago de siempre y encontrarse con los parroquianos de casi toda la vida.
La sensibilidad de John Carroll Lynch para contar todo esto es de una sutileza tal que uno no puede dejar de sentir que cada palabra del guión fue pensada, digerida, y escrita para poder contar la historia de este hermoso ser humano. Todo lo que ocurre luego de este día en su vida irá resignificándose, a partir de un leve accidente doméstico que sirve como disparador para hablarle al espectador de muchos temas que se desprenden de las reflexiones que surgen de la mente de un hombre que empieza a hacer carne el hecho de estar recorriendo los últimos tramos de su vida. “No es lo mismo estar solo que ser solitario”. “Si el pucho me pudiese matar ya lo habría hecho”, y cosas por el estilo, son algunas pinceladas de humor en éste hombre parco y de pocas palabras. Para recortar y poner en un cuadro la última escena del bar.
Cuando se hable de la compañía y de la amistad estará Howard (David Lynch, quién extraña a su amiga tortuga que se le escapó y no la puede encontrar, pero también en este y todos los personajes secundarios hay un dejo de resignación que operan en “Lucky”de manera dispar. Tal vez lo mejor de esta obra reside en la sencillez con la cual está narrada. No tiene una sola toma, diálogo o secuencia que sobre, y en ese virtuosismo para filmar precioso sin preciosismos ni pretensiones es donde “Lucky” se convierte en un verdadero tratado de cine y de reivindicación de la experiencia vivida.
Inolvidable adiós a un grande que falleció meses después del estreno pero, sobre todo, una pequeña gran película.
Dicen que no es tan fácil encontrar piedras preciosas, aproveche entonces para ir al cine pues esta es una de ellas.