Lucky es el título de la última película de Harry Dean Stanton, ya que falleció poco antes de su estreno. En ella interpreta a un veterano de guerra nonagenario, que vive solo en un pequeño pueblo del estado de Arizona, en los Estados Unidos. Quien dirige es John Carroll Lynch, actor con una larga trayectoria en papeles de reparto, que se pone por primera vez detrás de las cámaras.
La historia carece de un arco dramático, y es reemplazada por una serie de escenas protagonizadas por un omnipresente Harry Dean Stanton, que nos muestran su rutinaria vida. En ella aparecen varios de sus vecinos, entre los que se destaca David Lynch, como un hombre preocupado porque se le perdió la tortuga, personaje que parece extraído de alguna de sus películas, y Tom Skerrit como otro veterano de guerra al que se encuentra en la cafetería donde desayuna todas las mañanas mientras completa las palabras cruzadas.
La austeridad de la puesta en escena es un fiel reflejo de la aridez del paisaje, excesivamente iluminado por Tim Suhrstedt, para transmitir a los espectadores el clima caluroso del mismo, con algunos planos que recuerdan al John Ford de Mas corazón que odio. Y a otra película a la que parece rendir también homenaje es a París Texas, con la que no comparte protagonista, sino que hasta parece una secuela, que cuenta como continuó la solitaria vida de Travis Henderson.
En conclusión, Lucky es una obra que funciona únicamente como homenaje a este gran actor que fue Harry Dean Stanton, quien lleva todo el peso de la película en sus hombros. Pero su gran error es basar toda la puesta en escena en la idea que expresa el protagonista cuando dice que el universo era una endeble trama de eventos fortuitos cuyo destino es el vacío. Porque una cosa es que lo piense el personaje, y otra que la película se convierta en eso, porque genera aburrimiento en los espectadores.