Harry Dean Stanton fue uno de los grandes actores americanos. No era un tipo de alto perfil, pero sus trabajos se destacan siempre. Entre lo más conocido que hizo, figura el protagónico de la sublime París, Texas, de Win Wenders. Su última película fue, también, la opera prima de John Carroll Lynch, actor -de los que entienden la profesión- y veterano de la televisión tanto delante como detrás de la cámara. Esa película se llama Lucky y es la historia de un señor ya grande, ateo desde siempre, en busca de algo así como una iluminación en la última jornada interior de su vida. Pero es, también y sobre todo, un paseo amoroso y gracioso, sonriente y muy luminoso, por lo que fue el personaje Stanton. Hay mucho para ver y escuchar, sobre todo la performance de cada uno de los actores (la aparición de David Lynch, compinche de Stanton, es especialmente bella) y uno sonríe la mayor parte del tiempo. El tema de la película es ambicioso: el sentido de la vida más allá de lo material, el sentido del paso del tiempo, la necesidad de trascendencia. Pero como sucede con el mejor arte, las respuestas que encuentra el personaje aparecen en las pequelas cosas y los pequeños encuentros, y se comunican de modo inmediato al espectador, un amigo más de los que pueblan la película. Stanton se fue con una sonrisa y decidió contagiarla.