El cielo azul, el reflejo del rayo del sol, y una tortuga atravesando un paisaje desértico, son las imágenes que dan apertura a la atmósfera contemplativa que propone John Carroll Lynch en su opera prima Lucky, cuyo personaje principal, de quien se atribuye el título de la película, es interpretado por el recientemente fallecido actor Harry Dean Stanton, en quien se han basado Logan Sparks y Drago Sumonja para escribir esta conmovedora historia.
La película transcurre en un desolado pueblo de Estados Unidos, que si tuviera un nombre sería “Mortalidad”, como el mismo Carroll lo dice, concepto en el que basa el desarrollo de esta historia en la que nos propone acompañar la transición de Lucky, un hombre de 90 años que vive una misma rutina diaria, casi como un ritual que tendrá que confrontar.
La primera secuencia en la que se introduce al personaje resulta una insignia de la carga simbólica de la que estará dotado el film. Se escucha de fondo la melodía de Pedro Infante “porque el tiempo es buen amigo, buen amigo de verdad, porque cobra y porque paga, porque paga y porque cobra, porque quita y porque da”, mientras vemos a través de planos cerrados (que no revelan el rostro de Lucky) cómo comienza su rutina: despertar, hacer ejercicio, tomarse un café, encender un cigarrillo, observar el titileo de un reloj descompuesto que marca las 12:00, salir de casa. No resulta casual que no descubramos su rostro hasta que el personaje se encuentre fuera, camine, fume y se detenga en medio de un paisaje de cactus y matorrales, mimetizándose incluso con los colores del paisaje. Tampoco resulta casual que aparezca justo allí el nombre de esta opera prima: Lucky.
A través de largas secuencias, seguimos descubriendo el ritual diario del personaje, mientras transita los mismos caminos, frecuenta los mismos lugares, las mismas personas y realiza las mismas actividades, lo que podría presuponer una película de ritmo lento que no habla más que del día a día de un hombre viejo. Sin embargo, lo que resulta interesante en este desarrollo, y que se debe atribuir no solo a la apuesta de Carroll como director, sino a la labor de Sparks y Sumonja como guionistas, y a la naturalidad que imprime Harry en su papel, es cómo a través de esta cotidianidad en la que vemos a Lucky, se construye todo un discurso por el que vamos descubriendo su trasfondo personal. Así, hechos puntuales como por ejemplo los crucigramas que llena el personaje diariamente y en los que aparecen palabras como “Augurar” y “Realismo” (cuyos significados son hallados y explicados por él mismo), así como también a través de diálogos en los que oímos frases como “no eres nadie” o “lo que tu ves no es lo que yo veo”, se refuerza la profundidad de este hombre, quedando plantados los indicios de su devenir.
Como primera curva dramática de la película se encuentra la desaparición de Roosevelt, una tortuga de 100 años que pertenece a Howard, uno de los amigos de Lucky, suceso que marca una primera ruptura en la rutina del personaje, quien parece reflexionar en torno al hecho de que él mismo no es como la tortuga (ni más fuerte, ni capaz de vivir más de 100 años).
Llegamos así al punto clave de la historia cuando un día como cualquier otro, mientras observa el titileo del reloj descompuesto que indica las 12:00, Lucky cae al suelo. Ante esto, acude al médico, cuyo diagnóstico se resume en que está en perfecto estado de salud y simplemente debe afrontar que es un viejo afortunado al llegar a su edad sin enfermedad alguna. Pero en este diagnóstico también se encierra el futuro de este hombre, que a sus 90 años se tendrá que enfrentar al peso de la vejez, a la inexorabilidad de la muerte y a su propia realidad.
A partir de este momento, acompañamos la transición de este personaje que ahora, mucho más sensible y consciente ante la vida, realiza acciones como adoptar como mascotas a los grillos que la gente compra para alimentar a sus reptiles, admitir sus recuerdos y temores de infancia, reparar finalmente el reloj descompuesto y cantar en medio de una fiesta, rompiéndose así la rutina de este hombre cuya nueva postura queda perfectamente reflejada en el que resulta el diálogo más conmovedor de la película: “- La verdad es una cosa. Es la verdad de quiénes somos y lo que hacemos, y debes enfrentarlo y aceptarlo porque la verdad del universo está esperando. Tú, tú, tú, yo, este cigarrillo, todo. ¡En la negrura! ¡En el vacío, y nadie está a cargo y te queda ungatz! Nada. Eso es todo lo que hay.” – ¿Y qué debemos hacer con todo eso? – Sonreír.”
Así, resulta un acierto cerrar el film con una última secuencia en la que Lucky se detiene en el mismo paisaje desértico, contempla por unos instantes uno de los cactus, y en un primer plano de su rostro, mira a la cámara, y en coherencia a su discurso, simplemente sonríe y se da vuelta para emprender camino nuevamente. De repente aparece la tortuga atravesando dicho espacio, mientras lo vemos a él caminar a lo lejos hasta salir del encuadre. Así, el camino seguirá siendo el mismo y solo cambiará la forma en que lo transite para aceptar las situaciones tal cual lleguen…su vejez, su muerte.