No hace falta que el espectador sepa quién era Harry Dean Stanton. A los diez minutos de película, o antes, ya va a quererlo más que a su propio abuelo. Porque en esta obra solo hay personajes queribles, y el suyo está en el centro de la historia, y emociona limpiamente. Y todo transcurre en un lugar tranquilo del mundo, prácticamente entre amigos. Uno de esos lugares donde un viejo puede pasar sus días sin mayores problemas, disfrutar de las pequeñas cosas, rumiar cada tanto alguna de esas reflexiones que sólo vienen con los años, y esperar el día siguiente.
Por ahí va la historia, que es chiquita pero de linda esencia, llena de historias laterales igualmente lindas, siempre dentro de un tono realista. No hay nada edulcorado. Cuanto mucho, un poquito idealizado. Y muy bien actuado. Los libretistas, Logan Sparks y Drago Sumonja, son actores, amén de productores. El director, John Carroll Lynch, es actor de reparto convocado por los hermanos Coen, Clint Eastwood y Scorsese, entre otros. Esta es la primera vez que dirige. Tiene mano. Y Harry Dean Stanton tenía más de 200 como actor de reparto a lo largo de 64 años junto a muchos maestros, desde Michael Curtiz hasta David Lynch. Esta no fue su última película, como por ahí se dijo (falta estrenar una). Pero es la segunda y última que hizo como protagonista. La anterior fue "Paris, Texas", de Wenders, cuando ya llevaba 30 años de carrera. Flaco desgarbado, de voz ronca y quebradiza y ojos tristes, se hace más que querible. Antológico, además, el momento en que canta "Volver, volver" con el conjunto de mariachis Los Camperos.