Luis Ortega (Buenos Aires, 1980), el director de cine de los bordes, alcanza un lugar consolidado en el cine argentino con su sexto largometraje, precedido por <strong>Caja negra</strong>, <strong>Monobloc</strong>, <strong>Los santos sucios</strong>, <strong>Verano maldito</strong> y <strong>Dromómanos</strong>.
Actuaciones muy potentes del trío Ailín Salas, Nahuel Biscayart y Daniel Melingo, diálogos distintos y bien trabajados, un tratamiento de imagen de una estética cuidada y de sello propio, hacen de Lulú una película bella, con algo terrible pero sin golpe bajo, oscura también, que tal vez venga a provocar algún cimbronazo en un cine argentino narrativo y de construcción clásica que se parece mucho a sí mismo y a cine de factorías escolares.
Una Buenos Aires muy bien recorrida y derivada (el 80% de la película son exteriores, o da esa sensación, resumida en la zona del Palais de Glace, Recoleta y Lugano), para contar la vida de una pareja arrojada a su propia inercia, <em>border </em>pero no marginal desde el sentido folklórico del cine social latinoamericano, con un uso de la música, el sonido a disparos y el exceso controlado en todos los sentidos, donde el maravilloso homenaje a Glauber Rocha (único en el cine argentino, me parece), fortalece la imagen de bandidos surrealistas que tiene la pareja protagonista, estirando el límite que nunca se rompe, el agujero que nunca se llena, el desencanto encantador, activo, que se resuelve todos los días en el espacio urbano de una ciudad increible.
En suma, para no dejarla pasar.
Critica originalmente publicada en el Festival BAFICI abril 2015.