Excepto por Historia de un Clan, Luis Ortega es un director ultraindependiente del cine argentino. Autor de verdaderas rarezas como Monobloc o Los santos sucios, con un particular interés por los submundos y los bordes más outsiders de la sociedad. Ahí encuentra sus historias y sus personajes, como esta pareja formada por Ludmila –Ailín Salas- y Lucas –Nahuel Pérez Biscayart-, que vive en una casucha bajo una avenida y deambula por la ciudad.
Él va armado, no está claro si con balas de verdad, pero armado baila, o asusta, o juega. Entre Jules et Jim, Godard y una versión porteña de Los amantes del Pont–Neuf, Ortega sigue y quiere a sus personajes y logra -aún con su regodeo en la fealdad que se siente excesivo y recargado- instalar a estos raros clochards voluntarios en la iconografía del cine argentino.