Lumpen

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Pasó el tiempo, pero los efectos de la brutal crisis de 2001 en la Argentina se siguen sintiendo. En el bolsillo, en el ánimo, en el cuerpo. Luis Ziembrowski aborda el tema con una ópera prima que rehúye establecer un diálogo con el espectador en los términos más convencionales. Alejada deliberadamente del naturalismo, la película tiene como protagonista a Bruno (Sergio Boris, de excelente trabajo), que vive con su pareja y su hijo adolescente en una calle sin salida de un suburbio habitado por un par de remiseros con pinta de mafiosos, un desempleado que ocupa una fábrica abandonada y una mujer con ínfulas revolucionarias que lanza proclamas incendiarias desde su silla de ruedas y un bizarro canal de TV clandestino. Narrada en un tono elusivo e intrigante, la película logra transmitir el clima opresivo que evidentemente se propone gracias a un muy buen trabajo de cámara y sonido, que apoya el singular registro de actuación que todo el elenco sostiene con mucha convicción. Estéticamente, Ziembrowski utilizó como visible referencia la aspereza del cine de los hermanos Dardenne -incluyendo la voluntad intrusiva de la cámara que es marca registrada de los cineastas belgas-, pero apeló también a leves toques de humor grotesco, ese que suele aparecer en situaciones límite como la que vive ese protagonista agobiado por el peso de una realidad que no se anima a cuestionar del todo. Revulsiva y radicalizada, la propuesta de Ziembrowski no parece destinada a sumar en la taquilla. Se trata más bien de un experimento que funciona como nueva relectura de la desintegración social posmenemista con crudeza, osadía y una frialdad que rechaza cualquier tipo de empatía.