La ruptura social
En su debut como director, el experimentado actor Luis Ziembrowski describe en el micro universo de Lumpen el proceso de descomposición social y de fractura a partir de la exposición de un conflicto menor entre ocupas y vecinos de un barrio.
La atemporalidad pero no así el contexto y el escenario en donde suceden situaciones que no tienen conexión cronológica pero sí una ligazón conceptual es una de las marcas más interesantes y provocativas de esta ópera prima, así como la galería de personajes variopintos en la piel de un elenco ecléctico (Diego Velazquez, Alan Daisc, Daniel Valenzuela, Analía Couceyro, María Inés Aldaburu y Gabo Correa), muchos de ellos en roles secundarios para plasmar un retrato de un grupo social bastante poco explotado por el cine argentino actual.
El estilo ascético y con cámara en mano, sumada la opresión de la imagen y los climas de asfixia mucho más vívidos desde el punto de vista de Bruno, protagonista indiscutido de esta pesadilla a cargo del actor Sergio Boris, por momentos incomoda y perturba al espectador. También esa suerte de digresión e inercia entre los personajes que va acumulando tiempos muertos o situaciones y tejen en un segundo plano una atmósfera cargada de violencia no explícita aunque apoyada en la creciente paranoia que es la que domina todo el relato.
El otro –o el avasallamiento del otro- como enemigo y no semejante siempre implica para Bruno permanecer en estado de alerta para no salirse de un círculo de confort junto a su pareja (Analía Couceyro) e hijo adolescente, Damián (Alan Daisc), aspecto que para este film parece sencillamente contar con un techo propio y con algunos recursos para la supervivencia.
Ciertas reminiscencias al cine de observación de los hermanos Dardenne y otras más directas al cine social y de denuncia sobrevuelan las imágenes de Lumpen, una aproximación a esos desclasados de siempre que a veces parece perder el rumbo en el intento de abordaje aunque nunca afortunadamente del todo.