Lumpen

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Tan sólo por el hecho de arriesgarse a dirigir una película incómoda es que tenemos que felicitar a Luis Ziembrowzki. En “Lumpen” (Argentina, 2013), su ópera prima, intenta hablar de manera universal de tópicos como la dignidad, el honor, la valentía y el actuar frente a situaciones extremas que invaden la cotidianeidad.
Metáfora de la eterna crisis social y la división entre los que hacen y los que meramente ven lo que pasa, algo que ha atravesado toda nuestra historia, en “Lumpen” su protagonista, Bruno (Sergio Boris), un fotógrafo profesional que deambula por las calles de un abandonado barrio, de un abandonado país, y en las que sólo encuentra hostigamiento y presión.
Dentro de su humilde vivienda tampoco puede estar tranquilo, desde la pequeña pantalla de su TV recibe los mensajes “interferidos” de una propaganda revolucionaria con la que, al parecer, él no sabe si tiene que adherirse o no.
Bruno siempre baja la cabeza, cruza de calle ante la posibilidad de que en su cuadra haya algo que lo moleste o incomode. Porque este Lumpen baja la cabeza y no sabe cómo manejarse frente a los cambios y la agresión del exterior.
Ziembrowzki transmite, no sólo a partir de los diálogos de Bruno con su entorno, sino principalmente a partir de la creación de espacios y atmósferas embebidas en sordidez, el lugar ideal para que el pequeño infierno con el que diariamente lidia se vaya potenciando.
En las pequeñas rutinas, en la cotidianeidad de Bruno, comenzamos a entablar un estrecho vínculo con él que será imposible de cortar, hasta el punto de querer gritarle “REACCIONA”. Pero no, esperamos y anhelamos con que él pueda hacer algo.
Al lado de su casa comienza a vivir un ex pugilista (Diego Velazquez) que mantiene vínculos con el resto de los vecinos. Bruno lo espía desde su terraza y ventanas. Para él ese ser que invade una propiedad privada ajena tiene algo de poderoso que siempre quiso tener.
Hasta que el “invasor” entabla una relación con su hijo Damián (Alan Daicz). Cada vez que busca a su hijo el viene de al lado. La otredad empieza a avanzar sobre su zona de confort. Su espacio privado al que nunca nadie tendría que ingresar.
Si hasta con su mujer Ruth (Analía Couceyro) se ve impedido de relacionarse. Por más que ella por las noches lo busque para poder intimar él se retrae y le niega esa posibilidad. No se comprende el vínculo
El contraste entre ambos es notorio. Frente a la pasividad de Bruno, la aceptación, la inercia, hay una Ruth que mantiene vínculos con la revolución que se gestiona dentro y fuera de la casa y que encuentra en Damián un aliado.
El tempo de la acción es lento, demasiado, pero necesario para poder comprender lo precipitado de un final que intenta poder cohesionar las historias a riesgo de resultar fatalista, porque en la liberación que por ejemplo encuentra Damián a través de la cámara filmadora que utiliza, hay una contraposición de las sociedades de control. Damián filma para liberarse. Para poder ser. Y en ese liberarse también le facilitará a Bruno su escape. Ecléctica pero efectiva.