Mal del viento

Crítica de Pablo Raimondi - SI (Clarín.com)

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El latido de una creencia

La tradición y la ciencia se cruzan, la vida de un niño está en juego, las creencias populares desafían a
la razón. El debate y la polémica proliferan por doquier.
La realizadora Ximena González enfocó Mal del viento, su opera prima, en un caso de confrontación cultural entre las creencias indígenas y la medicina tradicional. Es el caso de Julián Acuña, un niño de tres años de la Comunidad Mbya Guaraní (provincia de Misiones), quien fue trasladado de urgencia desde Oberá hacia Buenos
Aires. ¿El motivo? Un terrible diagnóstico: su corazón tenía varios tumores y debía ser operado.
Allí comenzó el raid medicinaljudicial en el cual la realizadora invirtió un año de trabajo de campo y reflejó dos mundos tensos. Por un lado, la orden de realizar
la intervención quirúrgica y, por el otro, la negación de Leonarda y Crispin (los jóvenes padres de Julián) quienes se negaron en un comienzo a operación. Ellos confiaban
en Julio Villalba, el líder espiritual de su pueblo, quien “soñó” con una piedra en el corazón del pequeño y le sugirió a la pareja que lleveran al niño a la aldea para
curarlo con los yuyos de monte.
Mientras tanto, la Justicia y los médicos capitalinos “retuvieron” al pequeño en el Hospital de Niños
hasta que finalmente se realizó la operación. Y la repercusión mediática estuvo latente a la evolución
del caso. Mal del viento aprovechó la cobertura televisiva del caso como material de archivo. Los planos fijos (externos e internos) del hospital, el seguimiento
de los minuciosos cuidados al bebé en el nosocomio y un constante registro de Leonarda, quien no abandona a su niño en ningún momento, son alguno de los focos
de este documental.
La película se torna repetitiva, y algo extensa en su metraje, ante las excesivas tomas al chico (con
mucho sonido ambiente en la habitación) y el rostro de la inocencia e ingenuidad de su madre (quien no habla español) y parece estar más compenetrada en la salud de
su pequeño que su padre. A él a veces se lo ve distante, pendiente de la tecnología urbana: el teléfono
celular, la TV y otros artefactos a los cuales en la aldea no tienen acceso. El asombro y desconcierto de
Leonarda y Crispin se emparenta con la inocencia de su hijo.
El documental no emite juicio de valor sobre el uso de la medicina autóctona o tradicional, Mal del viento escucha las dos campanas, logrando un relato intimista notable
sobre todo en el seguimiento de la madre, quien con sus cortos 17 años, no deja de mirar a cámara y prolonga un profundo silencio, entre la congoja y la resignación.
Pega fuerte saber que ella se abrazó a su hijo para evitar que el niño fuese operado. No se ve, pero uno de los relatos lo cuenta. En este filme hay que imaginarse
muchas cosas, ya que los testimonios son en su mayoría en off y sin identificar a los entrevistados. Así Mal de viento ensambla el guión de una historia que se desarrolla
con un cierto carácter intuitivo.
El peor de los finales llegaría un año después de la operación, desde la espesura selvática. La noticia
es manejada por la realizadora sin golpes bajos, con metáforas. La lluvia, el cielo plomizo, la intensa
niebla misionera y su contraste con ese suelo rojo profundo. Y otra vez los testimonios de los médicos.
Pero esta vez, contando que se hizo lo que se pudo