Venganza de género rioplatense
Los cinéfilos que recuerden la escena del cineclub en El mismo Amor la misma Lluvia, el injustamente olvidado filme de Juan José Campanella, podrían formularle al realizador Israel Adrián Caetano la misma frase desencajada que un espectador, en esa ficción, le espetaba al responsable de un cortometraje recién proyectado: “Flaco… ¿qué quisiste decir?”. Y ahí se armaba la bronca porque si hay algo que no les gusta a los cineastas es tener que explicar su obra, ese viejo lugar común de que el “arte” no se explica. No obstante un caso como Mala, el último opus de Caetano, habría que reconsiderarlo y exigirle al hombre unas palabras que justifiquen semejante desatino. Es tan poco lo que se saca en limpio tras visionar los noventa minutos de puro desconcierto que brinda el uruguayo con su versión sui géneris de un subgénero tan típico de la clase B como “La mujer y la venganza”, que dan ganas de confrontarlo y aclarar los tantos. Porque Mala, el violento derrotero de una sicaria de nombre Rosario a la que insólitamente interpretan cuatro actrices diferentes, se nutre de la reconocida cinefilia de Caetano para construir un relato al que se le pretendió dotar de algunas características más propias del cine de autor. Y me refiero al peor cine de autor, a aquél que deja afuera al público alevosamente para regocijo de cuatro locos sueltos entre los cuales seguramente se encuentran los familiares y amigos del director. Mala fusiona el esqueleto de un exploitation con unas ideas supuestamente avant garde que la desnaturalizan por completo hasta convertirla en un producto híbrido, desabrido. La película no fluye ni interesa, presenta tiempos muertos inexplicables en una historia de este tipo y sólo será recordada por la bizarrísima escena final.
Un Caetano pretencioso como pocas veces se lo ha visto en su carrera parece haber olvidado que la simbología debe estar al servicio de la historia y no al revés. Al menos si pretende que la gente acompañe lo que hace. En un punto es entendible querer escapar de las limitaciones del subgénero pero considero harto difícil que esto suceda. Los filmes de clase B que se aferran a esta temática son al cine lo que el blues es a la música: indefectiblemente debes tocar ciertas notas y escalas y el atractivo se basa más en la ejecución que en las diferencias que puedas encontrar en las canciones. La calidad fílmica del creador de Un Oso Rojo está desconocida en Mala pero los problemas ya vienen desde el desastroso guión que firma conjuntamente con Bruno Hernández y su asistente de dirección Luciana Piantanida. No hay nada que funcione: las escenas de acción casi no existen, el suspenso no llega ni a esbozarse, los diálogos dan vergüenza ajena y la línea argumental es de una chatura imperdonable. La audaz jugada de sumar a Liz Solari, María Dupláa y Brenda Gandini como proyecciones que se hacen los personajes de la asesina interpretada con convicción y garra por Florencia Raggi (la única actuación rescatable, dicho sea de paso) provocan un distanciamiento enorme en el receptor que debe ponerse a elucubrar el significado de cada transformación en lugar de apreciar la escena por lo que es en términos dramáticos.
La trama es tan caprichosa como deshilachada. En un confuso prólogo se supone que Rosario ve cómo un hombre (¿su hombre?) estrangula a su pequeño hijo. Atropelladamente nos enteramos que con el paso del tiempo Rosario se convirtió en una extraña “defensora” de las mujeres golpeadas o abusadas psicológicamente por sus parejas. Por un precio justo Rosario ajusticia sin miramientos a estos machos alfas aunque se juegue la piel en la misión. Y esto es lo que sucede apenas iniciada la proyección: tras asesinar a un político prominente Rosario se da a la fuga (ridícula por las decisiones de Caetano en materia de puesta en escena y montaje) pero es capturada, retenida en una casa segura y golpeada por la policía. De esta tensa situación es rescatada por María (Ana Celentano), personaje con zonas oscuras que debido a un accidente ha quedado incapacitada para caminar. Esta ex competidora de lanzamiento con ballesta quiere vengarse de su ex marido Rodrigo (Rafael Ferro), a quien culpa de su infortunio, que se ha vuelto a casar y espera un hijo con la pusilánime Angélica (Juana Viale). El pedido de María obliga a Rosario a modificar su forma de trabajo porque la asignación requiere específicamente hacer de la vida de Rodrigo una pesadilla pero no la autoriza a matarlo. Evidentemente esta idea le sirve a Caetano para desarrollar una especie de vínculo entre Rodrigo y Rosario (su alter ego aquí es la veterinaria a la que le presta el cuerpo María Dupláa). Para Rosario quizás no sea exactamente una conexión amorosa sino más bien un replanteo de su visión unívoca sobre los hombres. Sin embargo el extremo clímax de Mala vuelve a arrojar un manto de dudas con respecto a lo que le pasa a este personaje cuya humanidad fue aniquilada en su juventud debida a una pérdida irreparable.
Que Caetano conoce su oficio es una obviedad sabida por todo el ambiente desde sus primeras obras. ¿Será posible que las atroces incoherencias argumentales, el humor (involuntario) y las desprolijidades técnicas estén ahí como algo ex profeso? El realizador de Crónica de una Fuga declaró que Mala no debía ser juzgada con solemnidad pero para eso le faltó dar con el tono “festivo” y la sabrosa complicidad con la audiencia que sí logró Quentin Tarantino, por ejemplo, con Kill Bill, Vol. 1 y 2. En mi opinión el experimento de Caetano no salió bien y viendo el escaso público que está llevando a las salas su película deberá analizar detenidamente en dónde se equivocó. Pese al traspié sigue teniendo carta blanca… por ahora.