Flechas, dinero, silla de ruedas
"Érase una vez..." dice la pantalla, pero el cuento de hadas ya no es lo que era. Aún cuando la imagen devuelva un primer trazo infantil, idílico, de familia. Rápidamente el viraje. Y la acción desplazada al arenero de plaza, con una mujer -otra madre- en vínculo telefónico, con órdenes precisas, para dejar el paquete con dinero, y formalizar el trato con la misteriosa Rosario.
Rosario mata hombres que maltratan mujeres. Algo que no se sabrá formalmente hasta dejar que la película avance. Porque, nada mejor, dejar que el personaje se construya de a poco, en interacción con lo que ocurre, desde la participación del espectador. Lo mismo, en este sentido, ante la pluralidad femenina de Rosario; a saber: Florencia Raggi, Brenda Gandini, María Dupláa, Liz Solari. Cuatro intérpretes para un mismo personaje, pero no para un mismo rol. Cada una, en este sentido, desde un aparecer puntual, que antes que sugerir un fácil "trastorno de identidad" es espejo deforme con el cual interactúan los demás. Así, Rosario será una u otra en función de quién la mire.
El abanico de la situación se despliega, argumentalmente, desde María (Ana Celentano), mujer de dinero y en silla de ruedas, que paga la fianza de Rosario para cumplir a través de ella su cometido: matar de a poco a su ex?marido (Rafael Ferro). Rosario se inmiscuye, a partir de allí, en la vida de Rodrigo, de su nueva esposa (Juana Viale), en su amor por los caballos, y el secreto de un Torino bañado de tierra. Como siempre, nada es lo que parece y nada mejor que dejar que el juego de espejos refracte de maneras imprevistas.
El delineado del mundo femenino que Mala propone es duro, inasible, fluctuante; cercano casi al que solía proponer Daniel Tinayre, con la cita que parece significar la María de Ana Celentano respecto de Tita Merello en Deshonra (1952). Son mujeres calcinadas de dolor, imparables, con ánimo sanguinario, pasión sexual perversa.
Pero, como melodrama histérico, de cadencia noir, en Mala nadie es tan cristalino, nada es tan fácil de suponer, y ninguna familia o sus partes integrantes significan promesa de bienaventuranza. Todo ángel está, por eso, siempre a punto de caer.