Mala

Crítica de Pablo Raimondi - Clarín

Pura venganza

Una asesina con distintas personalidades mata a hombres que maltratan a mujeres.

Cuando el director Adrián Caetano definió a su flamante película como un “melodrama sangriento” y no dudó en afirmar que se preparaba para “correr riesgos”, el resultado cinematográfico tenía dos caminos: algo brillante, digno del realizador de Un oso rojo, Crónica de una fuga o Pizza, birra, faso o, un filme desparejo, como Mala. Un paso en falso del uruguayo por querer hacer una película “para él” y olvidarse del público.

Con una atractiva idea, que roza a la película colombiana Rosario Tijeras -el de una mujer en el submundo de los sicarios-, Caetano llamó también Rosario a la asesina a sueldo, encarnada por Florencia Raggi, quien hace justicia sin armas de fuego y despacha hacia otra vida -por dinero- a los hombres que maltratan a mujeres.

Originalmente, la asesina iba a ser Natalia Oreiro, pero la coterránea del director no fue de la partida. Entonces el guión pasó a tener otra cara visible junto a… polémicos desdoblamientos de personalidad que llevaría a Rosario a montar su espíritu en más de un cuerpo femenino.

Los rostros angelicales (y la actuación) de Liz Solari y Brenda Gandini no se condicen con el gesto frío y el gran desempeño físico de la mujer de Nicolás Repetto. La que suma unos porotos es la seductora María Dupláa quien, a pesar de no matar en la película, tiene una dualidad angelical-demoníaca (ver la escena en el establo).

Estas combo Rosario buscará acabar con Rodrigo (Rafael Ferro) financiado desde las sombras por María (logrado papel de Ana Celentano), su villana ex mujer, campeona de tiro con ballesta quien motoriza todo su odio y envidia hacia la nueva conquista amorosa de Rodrigo: la inocente Angélica, a cargo de Juanita Viale, lejos de sus mejores trabajos actorales.

En esta multiplicidad de caras vengativas es donde el filme pierde fuerza: cuando el espectador se comienza a encariñar con la Rosario “original”... ¡zas!, aparece su copycat que arruina el suspenso de la trama y genera cierta inconexión entre las escenas. El hilo narrativo de Mala varias veces se adapta a la fuerza en situaciones que son inverosímiles y el espectador dudará si se trata de un filme de Caetano o no: lo máximo, la escena en el hospital.

Lo rescatable es el papel de Raggi, bien físico. Ella le pone el cuerpo al asunto más allá de su desnudo, fundido con el de la Rosario veterinaria (María Dupláa).

En este submundo de violación y venganza, Caetano escapa de la temática marginal de antaño, su sello cinematográfico, que le sirvió para construir personajes inolvidables. No es así en el caso de Mala donde cada actor parece desvanecerse con el correr de los minutos. Si se quiere apelar a lo absurdo y ficticio para asimilar este filme, el callejón no tiene salida porque el realizador presenta con cierta solemnidad las situaciones y después cae en lo inverosímil como la carrera inicial de Rosario intentando huir de la ley.

Con un final predecible, flota la pregunta en Mala: ¿estamos frente a un filme donde la justicia está ausente, la denuncia es obsoleta y el camino es buscar justicia por mano ajena?