Freaks and freaks
Qué injusta que es la historia, empecinada en enrostrarle a Jake Kasdan su vinculación filial con Lawrence antes que en recodarlo como uno de los creadores de la excelente Freaks and geeks. A aquella serie, que operó como caldo de cultivo de la factoría Apatow, ahora le suma Malas enseñanzas (Bad teacher, 2011), otra subversión de los cánones tradicionales de la escolaridad purista.
Si la docencia es uno de los oficios que más requiere de esa entidad inaprensible llamada vocación, Elizabeth (Cameron Díaz) es la excepción a la regla. Ordinaria, crasa, irrespetuosa, es la antítesis de la pedagogía. Trabaja a desdén, por una obligación inicialmente no del todo clara: la billetera de su marido alcanza y sobra para una vida repleta de lujos y banalidades. Pero el hombre se hastía y la deja, obligándola a exiliarse en un vulgar departamento céntrico y a trocar su sueño de esposa felizmente mantenida y desocupada por el mantenimiento de su pesadilla laboral en el colegio. Decidida al cambio, su primera meta será un implante mamario para conquistar al flamante sustituto Scott Delacorte (Justin Timberlake). Pero todo su precio, y el del par de silicona ronda los 14 mil dólares. ¿Cómo conseguir esa cifra? Quizá cambiando su metodología de enseñanza para acceder al bono estatal al mejor curso…
Para entender el espíritu que sobrevuela a Malas enseñanzas es indispensable retrotraerse hasta 1999, cuando un jovencísimo Judd Apatow produjo una serie cuya corta duración –apenas dieciocho episodios- no mermó su carácter de jurisprudencia. Sobre Freaks and geeks se asientan las bases de una de las corrientes más importantes de la comedia norteamericana actual. Bases tanto humanas (de aquí surgieron Seth Rogen, James Franco, Jason Segel y Martin Starr, entre otros) como temáticas: la serie giraba en derredor de un grupo de tres púberes que oscilaban entre las aspiraciones populares de los mayores y el goce de su condición minoritaria, lo que a la postre sería una marca de agua de Apatow.
El punto neurálgico de ese cosmos era un colegio primario. Allí las criaturas colisionaban con otras tanto o más particulares que ellas: los docentes. Y es aquí donde surge el hilo conductor que hermana a la serie –Kasdan dirigió cinco episodios- con Malas enseñanzas: en ambos casos la anomalía subyace no tanto en los chicos como en los adultos. Si a los primeros se los preserva(ba) de cualquier miramiento crítico por el amparo que les genera la zigzageante etapa del desarrollo hormonal y espiritual –sobe todo en la serie, donde la duración permitía un gramaje superior de cada personaje-, a los segundos se los retrata(ba) sin piedad, como si no hubiera escarnio ante su ineptitud.
No es extraño pensar a Malas enseñazas como una virtual exploración de la institución escolar digna del mejor Christopher Guest. La galería de personajes que componen el staff docente con el que convive Elizabeth es un auténtico zoológico: el amor por los delfines del director, la timorata compañera de Elizabeth, los berrinches y acusaciones dignos de una quinceañera de la contrafigura de la protagonista (Lucy Punch)y hasta el mismo Delacorte, cuyo single Simpático es una oda al caramelo musical, tienen una cuota de inmadurez tanto o más grande que los chicos a quienes educan. Por eso a Elizabeth no le cuesta demasiado sobresalir por sobre la media.
Ella llega con una cuota de maldad que inclina la báscula sobre la que reposa el equilibrio entre las dos partes que conforman el acto escolar. Lo hace manipulando a sus pares, pateando el tablero dando clases con películas, insultando a sus alumnos, coimeando a los padres y hasta robándole al encargado de tomar los exámenes que validarán o no la concreción del bono. La inteligencia de Kasdan está en trasladar esa alteración al contenido y forma. Malas enseñanzas es centrípeta a Elizabeth, todo el cosmos se redirecciona para girar en derredor de ella y sus criaturas pasan de la tranquilidad de la rutina al zarandeo constante de sus ritmos y caprichos. Kasdan, ni lento ni perezoso, la acompaña endiosándola, iluminando cada fotograma con su figura, articulando todas las piezas que retrata en pos de su estrella.
El logro máximo del director es el de poner patas para arriba –otra vez- la institución canónica del sistema norteamericano. Y por si fuera poco, adosarle una pátina de humor. Un film ideal para evadirle al maguito tira rayos y a los autos parlanchines.