La nueva incursión en la comedia de la algo gastada Cameron Díaz (si bien su carrera tuvo altibajos, no podemos ser contemplativos con una película como Lo que ocurrió en Las Vegas...) prometía bastante: la idea de una atractiva maestra de primaria con un total desinterés por la enseñanza y sus alumnos parecía ofrecer bastante en contraste con la clásica figura del profesor comprometido que da todo por los estudiantes. A Elizabeth Hasley (Díaz) lo único que le interesa en la vida es levantarse a un tipo que le pague una vida de lujo. Y ya tenía todo abrochado hasta que su futuro marido se da cuenta y la abandona. Perdido por perdido, Elizabeth retoma el trabajo en el colegio del que había renunciado hacía tan sólo unas semanas.
Sin embargo, la vuelta de tuerca que le intentan dar los guionistas de The Office (de la versión estadounidense, Lee Eisenberg y Gene Stupnisky) pareciera ir demasiado lejos: Elizabeth no sólo no le interesa dar clases o respetar en lo más mínimo a su alumnado, si no que ni siquiera pareciera hacer lo mínimo e indispensable como para conservar su trabajo. A Dewey Finn (Jack Black), el protagonista de Escuela de Rock, le pasaba algo similar, pero al menos parecía preocupado por mantener su puesto. Y con el tiempo, también se terminaba interesando por sus alumnos. Elizabeth sólo muestra entusiasmo cuando aparece por los pasillos de la escuela un apuesto y casualmente rico profesor interpretado por Justin Timberlake. Y si a eso le sumamos que otra colega es demasiado estricta con las actividades y se la pasa vigilándola, el hilo que sostiene el interés en la verosimilitud (ok, es una comedia zonza, pero no por eso debería dejar de tener un sostén creíble) decae estrepitosamente.
Aún peor es el desarrollo del personaje principal que eligieron los guionistas. Si realmente lo único que le interesa a Elizabeth es un novio que la mantenga para tener una vida fácil y su desinterés por el resto del universo es tal como se muestra en el comienzo del filme (Elizabeth pasa los primeros meses de clases pasando películas en lugar de dar clases de literatura, maltrata a sus alumnos, se emborracha y se droga en la puerta del colegio, hace una exhibición pública lavando coches y se queda con los fondos recaudados...) entonces no deberían alcanzarnos 40 minutos más de metraje para convencernos de que puede cambiar...
En ese despilfarro de maldad que ejerce el personaje de Cameron Díaz, algunos personajes secundarios ofrecen algunos momentos de risa: en especial el profesor interpretado por Timberlake (un idiota incurable) y la maestra que personifica Lucy Punch (que trabajó últimamente en Conocerás al hombre de tus sueños, de Woody Allen, como la novia del personaje de Anthony Hopkins), una maniática cuyo único interés es el de ser reconocida como la mejor por el resto de los profesores. Un compendio de personajes completamente exagerados en donde el único que parece un tipo común y corriente es el de Jason Segel (el protagonista de Olvidándome de mi ex, siempre parsimonioso y tristón, pero algo desaprovechado en un papel que no le da lugar para demasiadas risas.
Con un guión flojo, de personajes intermitentes y vacuos, Malas enseñanzas se queda en intentos y no sé decide si quiere ser mala, vil, vengativa y egoísta o simplemente una comedia más con la historia de siempre y la moraleja sobre el final. Cuando sobre el final del metraje el peso argumental va decantando esta última idea, ese comienzo que parecía promisorio -aunque en realidad fuera una ilusión del espectador por ver algo diferente y audaz- se diluye en los clichés de siempre condimentados con alguna que otra maldad y alguna que otra incursión en lo políticamente incorrecto y nos deja con sabor a poco.
Malas enseñanzas es una comedia que se vende distinta, que aparenta personalidad, pero que carece de brillo y cae en los mismos errores que la gran mayoría. Es digna de algunas risas y tiene algunas actuaciones interesantes, es cierto, pero no deja de dar la impresión de que podría haber sido mucho mejor.