Sosa trabaja en un bar, vive en una pensión, está enamorado de una vecina a la que no se atreve abordar, practica box y algo de música. Sus días transcurren casi abúlicamente sin que nada lo inmute. Aunque una postal que retrata La vuelta del malón pegada en la pared del bar y las charlas sobre el peronismo de los parroquianos habitúes al lugar ingresarán a la vida de Sosa para modificar su opaca existencia.
Fabián Fattore construye dos relatos en un solo film que atraviesan una misma historia. Uno explicito que está en primer plano y representado por la observación hacia Sosa, mientras que un relato implícito y en un segundo plano cruzará al primero. Mientras Sosa es espiado por una cámara voyeur, será éste quien a su vez observe dos tópicos presentes en la trama: el salvajismo representado en la postal y el peronismo presente en las conversaciones.
Malón es una historia de tiempos muertos, de esas en que vemos pasar la vida real sin filtro, pero también es una película plástica con un fuerte sentido de la estética. Cada plano centrado, súper estudiado, construido desde una lógica no es azaroso, hay una composición visual en donde la saturación del calor transforma cada plano en una pintura viva en oposición a una realidad que parece muerta.
El cine ofrece diversas posibilidades para retratar la vida y la historia, ya sea desde la ficción o el documental. Pero también desde la combinación de ambos géneros, rompiendo límites y manejando cierta ambigüedad que en Malón es funcional a lo que la película propone, y a una búsqueda personal sobre lo que es el cine.