Una obra simple sobre un hombre simple.
Sosa es un tipo simple, vive en una pensión, practica boxeo e intenta tocar el acordeón. Cada día viaja en tren hasta la Capital para trabajar en un bar donde escucha las conversaciones de su patrón y sus amigos sobre el peronismo: sobre lo que fue, lo que sucedió, lo que significó. Inicialmente esas conversaciones son parte del paisaje habitual de su día, Sosa no escucha, no presta atención, está ahí solo de observador, como la misma cámara del director Fabián Fattore.
En una mirada voyeurista, Fattore y su personaje Sosa (interpretado muy bien por Darío Levin) están observando el entorno. Uno, el primero, con un propósito explícito de contar la vida ordinaria de cualquier ciudadano y cómo inevitablemente hay un poco del único y viejo peronismo rondando nuestras vidas. El otro, Sosa, está observando pasar su vida desde una mirada desinteresada, apoyado solo por el interés que despierta una postal pegada en el estante de la cocina del bar y el redescubrimiento que hay detrás de esas conversaciones que antes eran solo parte de su entorno. Algo en él irá mutando. Comenzará a ir a marchas, agudizará su oído y algo irá cambiando en su vida, aunque no lleguemos a saber en qué.
Con encuadres bellos y pensados detalladamente, Fattore nos trae esta historia de un hombre lacónico, sobre lo simple de una vida y la impronta política que puede tener ésta sobre los individuos.