Varios personajes llegan simultáneamente a un motel con algunas particularidades. Por ejemplo, el sitio está ubicado en la frontera entre los estados de California y Nevada, por lo que el huésped puede pedir alojarse en cualquiera de los dos estados. También hay otros rasgos menos amables, como que todas las habitaciones tienen espejos falsos para poder espiar o filmar a sus ocupantes. La acción transcurre a fines de la década de 1960, lo que ayuda a que los huéspedes que llegan al mismo tiempo al lugar resulten más pintorescos, incluyendo un cura, una hippie, una cantante negra de música soul y un vendedor estrafalario. Ya el prólogo alerta sobre algo escondido en el suelo de una de las habitaciones, pero si bien el espectador tiene en cuenta este dato, el guión se ocupa de confundir las cosas dándole un flashback a cada personaje para ilustrar su historia previa. Llena de vueltas de tuerca inverosímiles, esta comedia negra con momentos oscuros divierte y, sobre todo, es atractiva visual y sonoramente (el soundtrack de época es formidable), pero como policial se queda en ese género de thrillers complicados de más. Eso sí, ver a Jeff Bridges haciendo de sacerdote bien vale la pena.
El testigo es protagonista y viceversa Malos Momentos en el Hotel Royale (Bad Times at the El Royale, 2018) es una de esas películas que bajo una carcasa compleja ofrece un núcleo bien sencillo, terreno ya explorado por el director y guionista Drew Goddard en su otro trabajo como realizador, su ópera prima La Cabaña del Terror (The Cabin in the Woods, 2012), obra también muy interesante que jugaba con las expectativas del espectador y los engranajes narrativos paradigmáticos del medio para subvertirlos de a poco. Aquí retoma la premisa de Eran Diez Indiecitos (Ten Little Indians aka And Then There Were None), la legendaria novela de Agatha Christie de 1939, para combinarla con elementos del cine de los hermanos Joel y Ethan Coen, Robert Altman, Brian De Palma y el primer Quentin Tarantino, ese que sí valía la pena y todavía no se había sumergido en una catarata insoportable de estereotipos gastados: lo que tenemos ante nosotros es el encuentro de siete personajes en el hotel del título, ubicado/ construido justo en la frontera entre Nevada y California, a lo largo de una noche de 1969 en la que los secretos y la sangre se moverán al compás del film noir clásico. Goddard recurre a la estructura general de los relatos corales y apuesta a una introducción misteriosa, un nudo más volcado al desarrollo de personajes y un segmento final en el que terminan de confluir todas las líneas argumentales centradas en los siete protagonistas: tenemos al sacerdote católico Daniel Flynn (Jeff Bridges), la cantante de soul Darlene Sweet (Cynthia Erivo), la bella y arisca señorita Emily Summerspring (Dakota Johnson), su hermana adolescente y amoral Rose (Cailee Spaeny), el vendedor de aspiradoras Laramie Seymour Sullivan (Jon Hamm), el empleado multifunción del hotel Miles Miller (Lewis Pullman) y el enigmático líder de una secta Billy Lee (Chris Hemsworth). La historia en sí comienza con la llegada de Flynn, Sweet, Summerspring y Sullivan en condición de huéspedes y la pronta revelación de que Laramie en realidad es un agente del FBI llamado Dwight Broadbeck y enviado a retirar una serie de micrófonos plantados en un cuarto, lo que deriva en el descubrimiento de que Miller es un pobre adicto a la heroína y que existe un corredor oculto con vidrios de un solo sentido que permiten ver y filmar a los visitantes. Mientras Darlene ensaya solitaria su canto y el clérigo extrae los tablones del piso de su habitación en lo que parece estar vinculado a un asalto de antaño, Laramie/ Dwight termina asesinado cuando intenta rescatar a una Rose secuestrada por su propia hermana Emily, quien no sólo revienta de un escopetazo al agente del FBI sino que también dispara contra el vidrio espejado al escuchar sonidos delatores, deformándole el rostro a un Miles que estaba espiando toda la escena. El guión de Goddard pone el acento en simultáneo en las historias de vida de cada personaje, las cuales se van desplegando frente a nuestros ojos vía flashbacks y las acciones de los susodichos en el presente, y en el “gancho económico” que representa un bolso con dinero robado, escondido debajo de uno de los cuartos -diez años atrás- por el hermano de un Flynn que atraviesa las fases iniciales del mal de Alzheimer; a lo que además se suma la existencia de un rollo de film candente sobre un affaire de una figura política fallecida, que bien podría ser Robert F. Kennedy, y la aparición en el último tramo del relato de Billy Lee, un profeta desquiciado en la tradición de Charles Manson. Un gran punto a favor del realizador es que evita los dos principales modelos narrativos habituales en el caso de las películas en mosaico, esquivando tanto a personajes soberbios que piensan que se las saben todas como a perdedores que se aferran a la última esperanza de salir airosos en la vida: en esto tiene que ver el hecho de que Goddard no abusa para nada de los momentos cómicos -los hay, pero generalmente son de humor negro y/ o sutil- y se inclina en cambio hacia un devenir sorprendentemente apaciguado y de impronta retro que gira alrededor de seres humanos más o menos “comunes” y con problemas bien mundanos relacionados con el dinero, la salud, la familia, el amor, el trabajo y las distintas vocaciones involucradas. Sin embargo la propuesta dista mucho de ser perfecta porque arrastra diversos baches en su progresión y un desenlace algo fallido en donde no se termina de aprovechar a un Hemsworth que estaba para edificar un villano más sádico y destructor, quedándose en última instancia en una suerte de versión light -y tirada a esas caricaturas bobaliconas tarantinescas recientes- de un psicópata manipulador promedio. Incluso así, asimismo con un metraje desmesurado de 141 minutos en los que se podría haber prescindido de una media hora, Malos Momentos en el Hotel Royale logra ofrecer una experiencia en ocasiones fascinante e hipnótica con un primer acto en verdad magistral, léase un puñado de secuencias que sin duda se ubican entre lo mejor del año por su extraordinaria amalgama entre un suspenso a lo De Palma, las ironías propias de los hermanos Coen y hasta la paciencia respetuosa de Altman. Como todo buen relato coral, el opus de Goddard una y otra vez convierte al testigo ocasional de tal o cual situación en el protagonista de la siguiente viñeta y viceversa, armando un ciclo retórico atrapante que saca a relucir el carácter azaroso y a la vez causal del fluir cotidiano mientras recibe una generosa ayuda de la excelente fotografía de Seamus McGarvey, un trabajo fenomenal por parte del diseñador de producción Martin Whist y una maravillosa banda sonora repleta de clásicos de la década del 60 y en especial de canciones del inagotable manantial del enorme Phil Spector. Tan oscura y apesadumbrada como elegante y en cierta forma lúdica, la película entrega un insólito y poderoso estudio de personajes que podría haber sido mucho más despampanante y certero aunque de por sí mantiene la tensión gracias a un andamiaje vintage que sabe combinar todas las perspectivas alternativas con algunas referencias a Identidad (Identity, 2003) y un detallismo pocas veces visto en el cine contemporáneo…
Royale sin cheese. Hace 24 años (por Dios, como pasa el tiempo!) salió Pulp Fiction y revolucionó al planeta. Divertida, popular, iconoclasta y mucho mas inteligente de lo que parecía, Tiempos Violentos presentó a Quentin Tarantino al mundo (antes hizo Reservoir Dogs, pero quedó reservada para críticos, especialistas y, sobre todo, gente de estómago fuerte) e hizo escuela. En las universidades de cine estudian la compleja estructura narrativa de Pulp Fiction, sus idas y vueltas en el tiempo, la manera de entrelazar historias y personajes. Y en los estudios salieron avalanchas de directores a copiarlo, desde Dos Días en el Valle hasta los filmes de Guy Ritchie (como Juegos, Trampas y Dos Armas Humeantes), que es lo mas parecido que hay pero en versión british. Un cuarto de siglo después (y cuando la euforia pasó su cuarto de hora) aparece este clon, que tiene un cast de lujo, un director y guionista genial (autor de los libretos de Alias, Lost, Cloverfield, The Martian, Guerra Mundial Z, productor del Daredevil de Netflix y responsable de esa joyita que es La Cabaña del Terror)… y falla miserablemente el tiro, errándole por una legua al blanco. El drama no sólo pasa por el abrupto cambio de tono sobre el final, sino porque todo es demasiado leeeeento. Las escenas duran una eternidad, y aunque están bien escritas y bien actuadas (y terminan con un bang!), se vuelven soporíferas por lo interminable. Mezcla de Four Rooms y Pulp Fiction, Bad Times at the El Royale se da maña para confluir una serie de historias y personajes interesantes en un solo lugar, un hotel ubicado en la frontera de los estados de California y Nevada (que homenajea al Cal Neva, un hotel de idéntico estilo y ubicado en la misma zona limítrofe, que Frank Sinatra tenía en los años 60). El chiste del hotel es que el límite interestatal parte a las instalaciones en dos, y queda remarcado con una raya roja pintada en el suelo: podés alquilar habitaciones en California (el ala izquierda), la que son un dólar mas caro por día y el café te lo cobran, o podés quedarte en Nevada donde no hay restricción de alcohol. Ahí llega un cura no muy santo que digamos (Jeff Bridges), una misteriosa morena que resulta ser una cantante de blues en la mala (Cynthia Erivo), un vendedor de aspiradoras que no es lo que parece ser (Jon Hamm), y una hippie malhumorada que trae un secreto en el baúl de su auto (Dakota Johnson). No sólo se registran en el hotel sino que pasan cosas raras, como Hamm sacando toneladas de micrófonos ocultos en su cuarto, un conserje drogadicto, una chica secuestrada por la hippie (quien es su hermana e intenta rescatarla de un culto al estilo de Charles Manson, liderado por Chris Hemsworth), la morena acolchonando las paredes de su cuarto para cantar sin límites… y el cura desarmando el piso del cuarto, buscando lo que parece ser un botín oculto hace 10 años. Encima el hotel tiene un corredor oculto por donde espiar a los cuartos (y filmar a sus ocupantes) a través de sus espejos de fondo falso. Todo esto da para un delicioso licuado tarantinesco, la macana es que la prosa de Goddard no es tan inspirada como la de Quentin y, lo que es peor, Goddard se da maña para arruinar su propia película, con un libreto demasiado indulgente que está enamorado de sus personajes y los deja hablar por horas, llevando al filme al exagerado metraje de 2 horas 20 de duración. El clímax por sí solo dura 40 minutos, y se hace eterno. Si hay algo que Bad Times at the El Royale precisaba desesperadamente era a un tipo como Peter Jackson como libretista, alguien que pueda perfilar a un personaje en 3 líneas e hiciera las escenas mas cortas, chispeantes y eficientes. A la película le sobra fácil una hora por exceso de retórica y, aunque tiene sus momentos placenteros, llega un punto en que uno precisa un lápiz para dibujarse la raya del trasero. Las 2 horas 20 no pasan rápido como ocurre en otros filmes mas entretenidos. Los personajes son fantásticos, y eso es lo que salva al filme. Jeff Bridges se despacha con una perfomance para el Oscar (y eso que el filme no lo merece!), como un ex ladrón de bancos que tiene un tumor en la cabeza y está perdiendo la memoria. La mirada perdida de Bridges cuando no coordina o no recuerda algo te parte el alma, y es una muestra mas del formidable actor que es. Cynthia Erivo tiene una voz prodigiosa y es hermosa, lástima que sus canciones dilatan todo mucho mas de la cuenta. Dakota Johnson no es sexy pero sabe poner cara de mala, y su misión es realmente muy triste. Hasta Lewis Pullman, el conserje del hotel, tiene su momento de brillo. Y los mas flojos son Hamm (demasiado parlanchín, algo que no le va tan bien, precisaban a otro actor tipo Jim Carrey para el rol) y Hemsworth, el cual es blando no por perfomance sino porque el rol no está bien escrito. Se supone que es un dios sexy que irradia carisma, seduce jovencitas en problemas y tiene su culto mansonesco con orgías y robos para divertirse y sobrevivir, pero sus diálogos no son brillantes. Hemsworth hace lo que mejor le sale, que es lucir sexy sin camisa pero le falta villanía y corrupción. Si el filme arranca como una comedia negra tarantinesca – plagada de gore, chistes e historias retorcidas -, en el último acto se vuelve seria y sombría, la resolución se hace eterna y, lo que es peor, poco creíble. Tortura y muerte no va con lo cómico, y queda como un emparche para intentar cerrar todos los cabos, pero lo hace de una manera poco prolija, sin estilo. Bad Times at the El Royale es un filme para pacientes. Muchos la defienden por sus méritos y sus dos primeros actos, pero para mi es demasiado larga y conversada. A los diálogos le falta chispa y brevedad, y al final le falta una solución brillante de último momento, no un deus ex machina de pobre credibilidad. Es en todo caso una intentona de Goddard por imitar a su maestro, lástima que se olvidó de pulir el libreto para hacerlo mas ágil, eficiente… y tarantinesco.
Cerca del año 1969, varios extraños se encuentran un hotel llamado El Royale, junto al Lago Tahoe. El hotel está exactamente en la frontera entre Nevada y California, lo que está marcado con una línea roja y separa el nivel y el precio de las habitaciones. Todo el hotel ha dejado su esplendor atrás y el botones parece sacado de una película de cine fantástico, una evocación de Barton Fink aunque el film solo tenga esa conexión con la película de los Coen. Los desconocidos son muy diferentes entre sí y solo los une la sospecha de un secreto siniestro sobre sus espaldas. Un cura católico interpretado por Jeff Bridges, una cantante interpretada por Darlene Sweet y un viajante interpretado por John Hamm. A ellos y el raro botones (Miles Miller) se les sumará una mujer misteriosa (Dakota Johnson) de la que poco se sabe de sus intenciones o el motivo por el cual está ahí. Hay tantas ideas interesantes en Bad Times at the El Royale y tantos momentos llamativos, que la historia se hace divertida, incluso apasionante por momentos. Ahora el problema es parece todo más un ejercicio concentrado en su propio ingenio que una película acerca de algo. Los actores son excelentes, la puesta en escena de Drew Goddard también está muy bien, simplemente resulta todo muy calculado y distinta, aun con un actor enorme como Jeff Bridges, se complica sentirse cerca de algún personaje. El talento de Drew Goddard para la dirección había quedado demostrado con Cabin in the Woods (2011) una película con la que Bad Times at the El Royale tiene algunos puntos en común. También escribió –además de las películas que dirigió- varios guiones brillantes: Cloverfield (2008), World War Z (2013) y The Martian (2015). Su trabajo en televisión incluyó su participación en grandes series como Buffy, la cazavampiros, Angel, Alias, Lost, Daredevil y The Good Place. Todo esto explica porque Bad Times at the El Royale es, más allá de virtudes y defectos, una película generosa con el espectador, intentando siempre sorprender, con un trabajo de capas recargado pero al mismo tiempo eufórico. La mayoría de las películas suele tener un planteo más sencillo y una estética más adocenada, sería un poco injusto juzgar negativamente un título como este, plagado de pasión por contar e incluso con una lectura extra acerca de la naturaleza del cine y la condición del espectador frente a los elementos más perturbadores que ve en la pantalla. Tampoco sería justo colocar a esta película al mismo nivel que la genial Cabin in the Woods, de la que está a una notable distancia. Es posible que con el tiempo Bad Times at the El Royale sea una de esas películas que nos engancha cada vez que la volvemos a cruzar en nuestro camino en algún formato de cable o streaming.
Drew Goddard se reinventa para su segundo largometraje en el que se desempeña como director, sin embargo, ¿Ha salido bien?.
A lo Quentin Tarantino Bad Times at the El Royale podría sin lugar a dudas haber sido dirigida por Tarantino, con todo lo bueno que implica dicha afirmación. Es una película de suspenso eximiamente narrada que hace gala de una media docena de personajes cuyo magnetismo es prácticamente instantáneo. La historia es muy buena, el guión es brillante y las actuaciones están a la altura de la circunstancias. Es atrapante, sorpresiva e impactante en dosis iguales, y aunque quizás le sobre una media hora de cinta, es un experiencia que vale la pena tener frente a la pantalla. Lo mejor - El guión - La dirección Lo peor - Le sobran 30´