ALETEO DETONANTE
Sólo es suficiente un aleteo de mariposa para modificar el destino; sin embargo, éste siempre se las ingenia para relacionar a las mismas personas de alguna forma. Marco Berger parece saberlo bien y por eso no sólo toma estas premisas como base de su última película, sino que las modela y dispone para un juego de realidades paralelas hacia el espectador y, por qué no, hacia los mismos personajes.
Ya la primera escena anuncia la dualidad inmanente: un plano general y con profundidad de campo, donde en la parte más lejana se encuentra una joven con una beba en brazos. El bosque, como cierto lugar atemporal y de ensueño, enmarca ese instante perdido y difícil de ubicar mientras que el primer plano está ocupado por una mariposa posada en una rama. La muchacha mece en sus brazos a la beba y las alas de la mariposa empiezan a batirse en destellos de colores y brillos. Ella, dolorida, sale de aquel sitio para abandonar a su hija en la ruta. Un matrimonio la encuentra y, enseguida, el niño de la pareja se encariña con ella. Entonces, se retoma la escena anterior pero esta vez el aleteo exhibe el cambio: la joven decide quedarse con su bebé.
Estas dos realidades son las que conforman el universo de Mariposa: por un lado, Romina (Ailín Salas) y Germán (Javier De Pietro) son hermanastros que se pelean pero también se cuidan. Ambos tienen pareja: Germán está de novio con Mariela (Malena Villa) mientras que Romina sale con Bruno (Julián Infantino). Más allá de los lazos familiares y sus propios impedimentos– aunque el director jamás aclara si los protagonistas conocen el origen real de Romina –, entre ambos se genera una tensión sexual difícil de apaciguar y que pareciera provocar sentimientos más profundos como el amor.
Por el otro, ambos se conocen por casualidad, cuando su padre choca por accidente a Romina en el mismo lugar donde habría sido recogida. Germán queda prendado de ella enseguida, como ese niño que fue antes y le dio muestras de cariño. Entre excusas e invitaciones, ambos se vuelven amigos y comienzan a salir de a cuatro (junto a Mariela y Bruno). Las parejas se repiten puesto que ninguno de los dos demuestra o se juega por lo que siente por el otro.
De esta forma, los universos conviven, se atraviesan y se superponen de manera constante puesto que no sólo conforman un discurso narrativo, sino también de simbologías. Hay ciertos objetos compartidos como la moto o la música pero otros diferentes que permiten crear los rasgos de individuación de cada historia ya sea desde la decoración de los cuartos de Romina –como determinantes de su personalidad –o de sus dos casas –entendidas como forma social o de status –como también las vinculaciones entre los mismos protagonistas según las realidades.
Por tal motivo, el desdoblamiento requiere, por un lado, de un espectador ávido y dinámico para complementar las elipsis y el entrecruzamiento permanente entre las realidades – aunque el director lo ayude gracias a los cambios de aspecto de los protagonistas según el caso –y para analizar las simbologías.
Por otro, evidencia las complejidades de los personajes no sólo entre ambas realidades paralelas, sino también dentro de cada historia. Los cuatro se valen del mismo cuerpo como objeto contenedor de sus identidades y que, a su vez, comparte la raíz en ambos mundos. De hecho, no es casual que mantengan las mismas parejas incluso cuando son libres para estar juntos. Pero, al mismo tiempo, algunos deben combatir contra sus propios deseos y, por ende, contra su identidad dentro de una u otra realidad. Tal es el caso de una latente homosexualidad de Bruno o de la lucha interna de Germán hacia el deseo de estar con Romina en tanto incesto.
“Me interesaba jugar con las posibilidades de la vida y cómo, con un cambio, se modifican las cosas”, asegura Berger y su compleja e interesante construcción del discurso pone más que en evidencia esa dinámica. Como aquel aleteo del comienzo tan sutil pero vigoroso, en esa multiplicidad de colores y brillos que no sólo cautiva, sino que busca detonar su energía en cualquier punto del planeta.
Por Brenda Caletti
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