MARIPOSA es la más ambiciosa y tal vez la mejor película de la carrera de Marco Berger (PLAN B, AUSENTE, HAWAII), un curioso entramado de dos historias realizado con una pericia narrativa sorprendente, de esas que pasan desapercibidas por lo bien ensambladas que están. Es una película sobre el deseo, básicamente, y cómo se impone de todas formas más allá de las específicas situaciones que los personajes deben atravesar.
Para adentrarse en el universo de MARIPOSA hay que prestar –al menos en los primeros quince minutos– mucha atención, ya que Berger dispara allí el mecanismo del relato, que es duplicar las historias que va a contar con el recurso de ¿qué habría pasado sí…? El aleteo de la mariposa y la teoría del caos que viene ligada a ella está usada como una metáfora más juguetona que obvia y es la que parte el relato en dos.
La película se inicia con una mujer que va a abandonar a su bebé –una niña– en el medio del bosque, en un escenario digno de un cuento de hadas. Ese bebé es recogido por una familia que pasa por la ruta y que la adopta. Seguidamente, aleteo de mariposa mediante, vemos una posible segunda versión de esta historia: la mujer no deja abandonada a su beba y se queda con ella. Años después, cuando la beba ya es adolescente, es atropellada en ese mismo escenario por el auto de la familia que –en la primera versión de la historia– la adoptó como hija de bebé, de manera que la conexión se realiza igualmente.
mariposa2A lo largo del filme, Berger irá pasando continuamente de una a otra versión de la historia de una manera muy ajustada que casi nunca se vuelve confusa, ayudada por un montaje muy preciso (también del propio Berger), y una dirección de arte y vestuario que utiliza los colores y los looks de los personajes de manera tal que no se vuelvan confusos. En la primera versión, Romina (Ailín Salas, morocha) y Germán (Javier de Pietro, sin barba, con pelo corto y anteojos) son hermanos y pese a que cada uno tiene pareja, es evidente que existe una extraña atracción entre ellos. En la otra, Romina (Salas, rubia aquí) y Germán (Di Pietro, con barba y pelo largo) son solamente amigos. En un caso la complicación para concretar su deseo es más que evidente (si bien no son “hermanos de sangre”, la situación es obviamente problemática) mientras que en la otra es cuestión, digamos, de esperar.
Romina y Germán se relacionan con otros dos personajes: Bruno (Julian Infantino, con similar cambio de corte de pelo entre ambas historias) es, en las dos historias, novio de Romina y amigo de Germán, a quien secretamente (o no tanto) desea. Germán, por su parte, en ambas historias mantiene una relación con Mariela (Malena Villa, con pelo largo o corto según la historia). Y habrá un quinto personaje, que aparecerá más adelante, y que permitirá en este caso a Bruno ser más fiel a su deseo.
Mariposa-702x395Si todo esto parece en extremo complejo de seguir, en realidad no lo es tanto ya que los cruces amorosos en las dos historias son similares entre sí y las situaciones que les tocan vivir a los personajes son también bastante parecidas. El ingenio del montaje es ir manipulando las sutiles diferencias entre una y otra historia –pese a transcurrir en supuestos mundos paralelos, en ambos los personajes hacen casi las mismas actividades, ir a una fiesta, a la playa, a un evento social/familiar y así, pero no siempre en los mismos momentos– para notar que, pese al tan mentado “efecto mariposa”, como decía el poema de Emily Dickinson, “el corazón quiere lo que el corazón quiere”.
Berger sigue con su cada vez más estilizada manera de filmar los cuerpos. Es, acaso, el cineasta argentino que más pone en primer plano el deseo sexual entre los protagonistas, en esta caso tanto hétero como homosexuales. Los roces, las cercanías, los primeros planos de partes de cuerpo (su preferencia por filmar tipos en boxers ya es casi una figura de estilo) son ya marcas autorales, a las que agrega aquí un cuidadoso ojo por los colores, y el uso del foco y la profundidad de campo.
El final de MARIPOSA es, si se quiere, un tanto menos claro y más confuso, a mitad de camino entre el de una fábula moralista o el de una suerte de broma del destino. Pero, en manos de Berger, el cierre es más abierto de lo que parece, como si no se decidiera del todo a que las alas de la citada mariposa se vuelvan a cerrar o no. De todos modos, esa consciente indecisión no le hace perder valor alguno al filme, que deja en claro que el realizador actualmente es capaz de manejar los resortes y recursos del lenguaje cinematográfico como no muchos lo hacen por aquí. Y sin perder, por eso, su mirada sobre el mundo y sobre los temas que lo apasionan, que siguen siendo la naturaleza y la poderosa inevitabilidad del deseo.