Por el sólo hecho de proponer una estructura narrativa compleja y diferente es que “Mariposa” (Argentina, 2014) de Marco Berger merece ser tenida en cuenta y analizada. Con muchos puntos en común con aquellos clásicos relatos en los que una caja contiene a otra, y ésta a otra, y así sucesivamente, el guión explota su costado más literario desde este lugar para construir su hilo temático.
Hábil constructor de historias plagadas de tensión sexual no resuelta, en esta oportunidad el director decide inmiscuirse en un drama bifaz en el que una simétrica estructura de espejos, tan simétrica como los rostros de sus protagonistas, es tan solo el puntapié de múltiples interpretaciones ante las decisiones que cada uno de sus protagonistas debe tomar.
Dos hermanos (Ailin Salas y Javier De Pietro) ven como sus deseos tienen que ser censurados ante la mirada atónita de los otros que los rodean. Por otro lado dos amigos (Ailin Salas y Javier De Pietro) se “histeriquean” mientras los personajes que los acompañan en el camino deciden si la continuidad de sus relaciones favorecerán o no sus destinos.
Entre ambos mundos, imperfectos, escurridizos, débiles, es que los jóvenes deambularán entre la apatía y la indiferencia, el enojo y el hastío, hasta que los cuerpos, en estado de ebullición, determinen hacia dónde avanzar, o quedarse en un lugar determinante y caer ante el deseo y la prohibición.
Berger se regodea con las suposiciones, porque entiende que en la labilidad de las escenas, con un logrado trabajo actoral por parte del dúo protagónico, pero también del resto de los actores, muchos de ellos recurrentes en su cine, y en la espontaneidad de algunos diálogos (guionados y ensayados milimétricamente) es en donde se fundará el verosímil que estuvo buscando potenciar.
“Mariposa” esboza respuestas sobre situaciones cotidianas que se nos plantean ante la pregunta de “qué hubiese pasado sí”, y redobla la apuesta al evitar discernir entre lo que propone para evitar, de esta manera, tomar partido por una u otra historia. ¿O es que lo hace tan sutilmente que no nos damos cuenta?
La luminosidad del relato de los amigos, con música, diálogos espontáneos y tomas menos compuestas, se contrapone al lúgubre y sombrío escenario en el que los hermanos se celan, se odian, se gritan y se pelean, ocultando un deseo que crece día a día muy a pesar suyo y por el cual terminan aceptando situaciones imprevistas.
Entre ambos lugares es en donde “Mariposa” buscará el equilibrio, casi necesario entre los antagonistas, como el negro que necesita al blanco, el deseo que busca su satisfacción en la propia negación, el roce que dispara una mirada diferente, el cuerpo que busca el contacto más primitivo con el otro para satisfacerse.
La estrategia de Berger, más allá del juego de cámaras y de entradas y salidas constantes de los actantes, es también la que se deriva del cambio físico y de aspecto de los protagonistas, quienes aceptaron modificarse para que la narración también pueda fluir sin dudas más que las que se generan sobre los giros del guión.
La tragedia clásica, el drama originado con la prohibición del deseo más íntimo de los cuerpos, que saben lo que quieren pero que aún resisten la mirada acusadora de una sociedad que avanza en muchos aspectos, pero que también retrocede en otros, es el motor de la historia de “Mariposa”, un filme que requiere mucha atención por parte del espectador, pero que también, una vez inmersos en su estructura lúdica de reflejos, genera mucho disfrute y goce.