¡Explotemos al chico Disney!
Nada más lejos de la realidad para este drama meloso que intenta colgarse de la fama de su protagonista, mediando entre una fotografía interesante y un guión que presenta giros presuntamente originales, pero histriónicamente mal utilizados.
Sumado a ello, el empecinamiento que tiene Zac Efron (afrontémoslo, un actor que vende y que potencialmente puede convertirse en un buen intérprete) por alejarse de la híper marketinizada franquicia High School Musical y terminar eligiendo papeles que, irónicamente, lo encasillan insistentemente como el joven de moda –tal vez pasajera, tal vez no, dependerá de cómo desarrolle su capacidad- que aún tiene demasiado por demostrar.
Y ese es el problema principal de Más allá del cielo: lo que supone ser una historia con tintes de fuerte contenido emocional, termina convirtiéndose en una liviana versión romántica que parece salida de la propia Disney.
La historia nos muestra a Charlie St. Cloud (el propio Efron, encarnando al personaje que le da nombre al film originalmente) una joven promesa de un pequeño pueblo norteamericano, que luego de perder a su hermano menor en un trágico accidente, decidirá dejar todo de lado y comenzará a trabajar en el cementerio local, donde el vínculo con el pequeño fallecido no se ha roto y parece haber superado incluso a la propia muerte.
De esta manera, todos los días, en un horario específico, Charlie irá al encuentro de aquel hermano difunto, para jugar béisbol y compartir diversas experiencias. Sin embargo, la aparición de Tess, una joven con sus mismas pasiones, pondrá en duda todo aquello que ha creído el muchacho después de aquel fatídico suceso.
Lejos de las comparaciones obvias con Sexto sentido e incluso con la vieja serie Regalo del cielo, que en su momento realizó Canal 9 (donde, a pesar de lo estúpida que pueda sonar la comparación, se guardan no pocos lugares en común con el film) las cosas en esta película, realizada por Burr Steers (quien volvió a dirigir a Efron luego de la comedia 17 otra vez) no quedan del todo claras.
En principio, porque el espectador no sabe muy bien qué tipo de relación establece el protagonista con los personajes que se van sucediendo, principalmente su hermano. ¿Es un fantasma? ¿Es un ente que permanece en el limbo? Debido a que el contacto físico entre los dos existe, uno no sabe muy bien qué pensar al respecto. Por otro lado las apariciones rutinarias (misma hora, mismo lugar) y desapariciones azarosas (en realidad nunca queda claro si su hermano se “esfuma” o si se dispersa concretamente) tampoco ayudan al respecto.
Y por ello la insistencia en afirmar que el film parece salido de la propia casa creadora de Mickey. Porque donde debería haber una narración verosímil y efectiva, aparecen surcos de sospechoso posicionamiento ideológico, filosófico y hasta religioso –para quien no recuerde, Walt Disney, más allá de su talento, era exageradamente moralista-.
A pesar de cuestiones puntuales, el film tampoco sirve para alejar a su protagonista de la saga que lo llevó a la fama. Porque si bien aquí no canta ni baila, todo se orquesta bajo su propia exaltación.
Así, el personaje demostrará conocimientos en deportes atípicos, carpintería, cocina, recitará poesía, aparecerá con el torso desnudo y un largo etcétera que no hace más que repetir los mismos lugares comunes que lo llevaron tan lejos años atrás (para tener una idea, consultar el afiche en el cine).
Curiosamente, actores como Kim Bassiger y Ray Liotta tienen escasos momentos delante de la pantalla que ayudan a ponerle un poco de variedad al metraje.
A pesar del intento del joven Zac por despegarse de su popular personaje, Más allá del cielo parece ser una historia que queda a mitad de camino: demasiado formal para el público adolescente y definitivamente liviana para el más adulto.
El problema no es el disfrute o no del film, sino el hecho de querer encontrar algo realmente distinto, cuando tal vez no haya sido esa la prioridad.