Zapatos ligeros, melancólica mirada
Más allá del cielo evidencia serios problemas para aplicar la puesta en escena adecuada para numerosas resoluciones vinculadas al relato.
El estreno de Más allá del cielo no transmitiría un gran interés si no fuera por la estrella que la protagoniza. Me refiero a Zac Efron, un muchacho que es cosa seria. Es de esos tipos tan lindos que es capaz de gustarle hasta al más macho de los hombretotes. Además, es puro carisma, pura gracia. No es como varias de las estrellitas actuales, con Robert Pattinson, Taylor Lautner o Channing Tatum como ejemplos máximos, con sus miraditas de chicos tristes posmodernos. No, él es como una versión actualizada del John Travolta de los setenta, ese que en Fiebre de sábado por la noche y Grease exhibía con total desparpajo pies tan ligeros que en cualquier momento parecía que iba a volar hasta perderse entre las nubes. Hizo creíble canciones conservadoras en la saga de High School Musical; transmitió a la perfección la intersección entre adultez y juventud en 17 otra vez; incursionó en filmes más independientes como Me and Orson Welles.
Pero con Más allá del cielo se puso un poco en pretencioso. Tengo presente todavía una crítica de Mex Faliero sobre el filme Recuérdame en fancinema.com.ar, donde oponía la gravedad artificial de Pattinson a la vocación por divertirse de Efron. Teniendo en cuenta esto, más el título, el argumento y el tráiler de Charlie St. Cloud, a uno le daba un poco de miedito.
Algo de ese miedo termina cristalizándose, pero Más allá del cielo es una película bastante más agradable de lo que se suponía, y en buena medida gracias a su protagonista. Burr Steers (el mismo de Igby goes down), que evidencia serios problemas para aplicar la puesta en escena adecuada para numerosas resoluciones vinculadas al relato –apariciones fantasmales, diálogos decisivos, revelaciones, nada de eso muy creíble que digamos-, tiene el buen tino de concentrarse estética y formalmente en la figura de Efron. Y puede notarse un abordaje por el cual Efron busca ser el nuevo James Dean, ese joven de belleza triste y trágica, que podía ser fácilmente un perfecto adaptado, pero terminaba siendo siempre –como en Al este del Paraíso o Rebelde sin causa- el imperfecto desadaptado. La presencia de Efron en Más allá del cielo busca reproducir un poco de eso: lo que podía ser perfecto, pero está roto, la continuidad sin problemas que se transforma en anomalía, esa anomalía que también identificaba en parte al Travolta de pies ligeros. La confrontación, la rebeldía y el aislamiento con respecto al entorno no dejaban de traslucir asimismo cierta pulsión de idealismo en Dean y Travolta. Esto se repite en Charlie St. Cloud: no hay una pornografía del cuerpo, como en la saga Crepúsculo, sino más bien una erotización inocente, idílica, en la que interesa más la mirada, los ojos o incluso el peinado, que el torso o los bíceps.
¿Esto convierte a Más allá del cielo una buena película? Ni mucho menos. Es claramente imperfecta en la construcción de los personajes, avanza a los tumbos, le cuesta muchísimo establecer un verosímil. Sin embargo, es pertinente su análisis para ir viendo hacia dónde va uno de los actores más prometedores de la actualidad.
Y bueno, lo admito: seré bien macho (¡supermacho!!), pero si un día de estos Zac Efron me invita a una cena romántica… ¡ay, no sé qué contesto!