La confianza conmovida
Un sujeto es arrestado por la policía y una vez que está esposado, inmovilizado y rodeado se le pregunta si entre sus pertenencias tiene un arma o elemento punzante, a lo que el tipo en cuestión -en un rapto de lucidez- responde que sí. El policía que efectuó la pregunta no lo hizo solo por una cuestión de seguridad -de hecho lo tenían controlado- sino que se la hizo para saber si estaba lidiando con alguien en quien minimamente se podría confiar. Así es en los EE.UU., donde la confianza lo es todo. Allí lo peor que se puede hacer es mentir.
La historia se sitúa en 2008, durante la crisis financiera global y en plena campaña por la presidencia de los EE.UU a la que aspiran Obama por un lado y McCain por el otro. Las primeras imágenes del filme muestran un paisaje desolado, apocalíptico pero real. Allí dos pobres diablos hacen el trabajo sucio para otro perdedor que cree poder timar a la mafia. Todo parece muy simple, robar un garito de mala muerte y esperar que culpen a otro. Pero obviamente no es tan fácil. La mafia, a esta altura una corporación más, manda a uno de sus killers para solucionar la cuestión. Una cuestión de confianza.
Los sitios de apuestas ilegales están cerrados y hasta que no se ajusticie a los responsables del robo no volverán a funcionar, y eso no es bueno para el negocio, y mucho menos en época de crisis.
Áspero, sórdido, así es el relato que construye Andrew Dominik, quien logra unir el mundo de la política y sus discursos al de los bajos fondos, no menos discursivos. Tediosa por momentos, cuando se pavonea con relatos de gángsters de poca monta sobre sus desventuras con putas y faloperos, consigue puntuar alto al plasmar la violencia de las calles con singular poética, no exenta de brutalidad.
Aunque siempre es bueno escuchar a Johnny Cash y a Velvet Underground, no deja de sonar algo trillado su uso para acompañar viajes en autos clásicos por zonas industriales o viajes de los otros, más lisérgicos; pero al final la banda de sonido termina por redondear positivamente el relato.
Brad Pitt luce implacable y se guarda para el final una de las mejores líneas de los últimos tiempos, la que le dice a un siempre impecable Richard Jenkins antes que el negro con los títulos impacte en la pantalla.