Robó, huyó, luego vinieron una serie larga de conversaciones a propósito de la razón del asesinato a sueldo, la lealtad, los intereses de las corporaciones, la crisis financiera y los miedos, y lo pescaron
Esta nueva película de Andrew Dominik (El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford) tiene, al igual que su anterior, el mérito de partir de una historia propia del cine de género, para desarmarlo (narrativa y dramáticamente) con el objetivo de reconstruir los sentidos establecidos para ese género.
Parte de la historia de dos ladrones de poca monta recién salidos de la cárcel, que encomendados por un mafioso de ligas menores, roban un garito clandestino cuyo encargado tiene muchos motivos para ser sospechado. Una suerte de gerente formal de una oculta corporación de empresarios de garitos encarga a un asesino a sueldo que busque a los que tenga que buscar y se haga cargo de ellos. Hasta acá, nada que no se haya visto en la larga historia de cine de mafias.
Pero la película, en uno de los más interesantes comienzos del cine estadounidense, parte de poner en escena el final de la campaña presidencial de 2008, durante la cual los candidatos Barack Obama y John McCain debatían sobre la grave crisis financiera que afectaba a la población. La voz del actual presidente, entonces en campaña, sobre la imagen de un suburbio desolado que recuerda un momento de esplendor industrial, es lo que inevitablemente marca la lectura política sobre lo que vendrá después. Nada de lo que siga podrá ser visto con inocencia.
Dominik no apela a la narración de género para recuperar el entretenimiento cinéfilo. Su pretensión es desmontar esta estructura y en esa operación repensar como si fuera ficción el esplendor económico de la sociedad estadounidense. Propone un contrapunto irónico constante entre los discursos de Obama y la acción y los propios diálogos entre los mafiosos.
Lo cierto es que este conjunto de intenciones del realizador no siempre tienen resultados tan elogiables como en su anterior película. Ante todo, su recurso al contrapunto político termina pareciendo una lección pobre más que un recurso al pensamiento. La revelación de la vida personal de los asesinos, siempre tan estériles e infranqueables en apariencia, son en un conjunto de repeticiones y obviedades que hacen perder potencia a la idea. Las subtramas que incluyen a cada personaje se van perdiendo y hacia el final se diluyen en la inconsistencia de escenas forzadas. De este modo, lo que se propone como un trabajo lúcido de deconstruir el género para develar parte del imaginario de una nación, termina siendo una película realmente anodina.
Dominik no termina de definir algunas cuestiones narrativas centrales. ¿Es un policial de mafias clásico -como parece proponer al comienzo- o es un relato hijo del video clip y grotesco, como muestran ciertos planos desagradables o algunos retruécanos del montaje? ¿Se sustenta con actuaciones controladas que aportan a la versión clásica (Pitt, Jenkins) o a barrocas y exageradas presencias como la de Gandolfini o Mendelsohn? Esto quita sin dudas coherencia narrativa a toda la película.
Mátalos suavemente termina perdiéndose de este modo en un conjunto de atracciones: Nueva Orleans como imagen de una sociedad decadente, el vínculo entre el negocio financiero internacional y el juego clandestino, buena banda sonora, actores convocantes, imágenes de alto impacto y momentos de acción bien construidos. El problema que ello no alcanza para hacer una buena película. Dominik en esta oportunidad, erró con el disparo.