A la manera de Tarantino
El realizador neocelandés vuelve a asociarse con Pitt en este policial con hampones de segunda sobre el que planea la sombra del director de Pulp Fiction, ése capaz de posponer un momento de acción en beneficio de las conversaciones entre killers.
La sociedad Brad Pitt/Andrew Dominik vuelve a funcionar. El realizador neocelandés, que a los 45 años cuenta con sólo tres largos en su haber (incluyendo éste), había macerado, en su anterior El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007), un post western más que crepuscular, con Pitt luciéndose como un James triste, solitario y final. Un clima semejante tiene ahora, aunque con menos pompa y más liviandad, Mátalos suavemente, donde Brad –rodeado de un coro de ases– hace de asesino más dado a la preparación que a la ejecución de sus encargos. Basada en una novela policial de los ’70, sobre el opus 3 de Dominik (que hizo su presentación en sociedad en el 2000, con Chopper, retrato de un asesino) planea, sin duda, la sombra de Quentin Tarantino. Pero no el Tarantino más transitado (el del pop, el cinismo y la sangre), sino el otro, el más interesante: ése capaz de posponer indefinidamente el momento de “ir a los bifes”, en beneficio de maratónicas conversaciones entre killers impensablemente verborrágicos, que generan un estado de hipnótica suspensión temporal.
Fiscal de la nación y autor de una veintena de policiales, hasta ahora el cine había adaptado a George V. Higgins en una única ocasión. En 1973, el británico Peter Yates, realizador de Bullit, convocó a un Robert Mitchum más cansado que nunca para dar vida al gastado hampón de Los amigos de Eddie Coyle. Había allí una visión crepuscular del género y del hampa, que habrá tocado una cuerda sensible en el realizador de El asesinato de Jesse James... Luego de verla en televisión, Dominik se puso a leer todo lo que encontró del oscuro Higgins. A la hora de trasponerlo terminó eligiendo Cogan’s Trade, trasladando la acción de Boston a Nueva Orleáns y de los años ’70 al 2008, justo cuando el capitalismo financiero sufre el primero de sus colapsos recientes. Momento que es también el de la campaña presidencial que pondría fin a la era Bush, inaugurando la de Obama. Contra ese fondo de quebranto económico y caída política, Dominik recorta su historia de hampones de segunda, echando mano del no muy sutil recurso de los informativos de radio y noticieros de televisión en off.
La acción en sí se reduce a un simple mecanismo de dominó. Un gangster de segunda contrata a un par de chorritos de cuarta para robarle a un ladrón. Pero el robo pone nerviosos a los dueños del dinero, que contactan a un killer, que a su vez contacta a otro... Un doble fuera de campo dispara dos interesantes sugerencias. Por un lado, lo que se ve son los peones del hampa. Nunca los reyes, que, como en la realidad, manejan los hilos desde el fuera de escena. La segunda sugerencia es la del juego infinito, con esa serie de contactos que termina perdiéndose allí donde el encuadre no llega. Mátalos suavemente es una de esas películas de género en las que el género (el policial, en este caso) provee la mera armazón, el esqueleto donde encajar las piezas. Piezas que son tanto los personajes como los actores que los interpretan, y aquello a lo que los personajes se dedican. Que es básicamente a hablar. Lo cual es paradójico, tratándose de tipos que, si no fuera porque no paran de hablar, serían parcos hasta el hermetismo.
Organizada sobre la base de largas escenas de diálogo, la (a)puesta de Dominik descansa sobre actores capaces de hacer música con palabras. Una música pausada, cadenciosa, pastosa. Equivalente verbal de los arreglos de vientos de Gerry Mulligan, con solos, dúos y tuttis. Todos los ejecutantes están inmejorables. No sólo los de nombre (Pitt como el hit man Cogan; Ray Liotta como el dueño de garito al que le roban; James Gandolfini como desagradable killer alcohólico y putañero; Richard Jenkins como trajeado representante de la alta esfera mafiosa), sino los hasta aquí desconocidos, por más que tengan una larga foja de servicios. Básicamente, los dos chorritos junkies (uno más que el otro) que ponen el mecanismo en funcionamiento, ambos excelentes: Scout McNairy y Ben Mendelsohn. Un desperdicio gigante, eso sí, subutilizar a Sam Shepard en un papelito de un par de minutos.
Como en Tarantino, los mejores momentos son aquellos en los que alguien cuenta algo que parecería no venir a cuento y sin embargo “chupa” toda la atención, por la capacidad de seducción (oral y visual) con que se lo narra. Toda la historia del garitero de Liotta robándose a sí mismo y la de cierta quemazón de un auto que se complica, por ejemplo. Si los diálogos son jazzeros, los éxtasis mortuorios son tan operísticos como los de El Padrino. Ver sobre todo cierta ejecución de auto a auto, en ralentis de una lentitud y grandeur que sólo el digital permite. La otra deuda para con el director de Jackie Brown es la exquisita banda de sonido, capaz de cruzar a Johnny Cash con Nico y a The Velvet Underground con Cliff Edwards y Petula Clark.