El cine directo de Andrew Dominik
Mátalos suavemente (Killing Them Softly) es inusual por un sólo motivo: está construida a base de clichés. Estos lugares comunes son, por un lado, las convenciones del género de las películas en las que se basa. En este caso, los relatos de mafiosos. Pero, por otro lado, propone un discurso trillado, usado con anterioridad fuera y dentro del arte cinematográfico.
A partir de estas consideraciones, el resultado debería ser desastroso. Sin embargo, no lo es por otro motivo inusual. Lo que nos interesa realmente no es tanto su simple argumento, sino hasta que punto Andrew Dominik (Chopper, El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford) puede llegar a utilizar estos clichés sin ningún tipo de culpa.
Es un cine directo. Pero no en un sentido documental, sino porque es un cine bruto, remarcado, sin delicadezas. Esta película muestra una extrema confianza en lo que propone, a pesar de su carencia de originalidad. Dominik se basa en Tarantino, Scorsese y en los policiales de los hermanos Coen de un modo insólito, como si el espectador nunca hubiese visto algún film de estos directores. Ante esto, el público debería juzgar si abandona la soberbia posición del realizador o si lo acompaña en su absoluto descaro.
La historia es más que sencilla: Jackie Cogan (Brad Pitt), un asesino a sueldo, es contratado por unos mafiosos luego de que tres ladrones les hayan robado todo su dinero. No hay mucho más para contar, ni siquiera hay sorpresivas vueltas de tuerca ni cambios determinantes en las actitudes de los personajes.
Al cine directo de Dominik parece no importarle demasiado el argumento. Es, simplemente, una excusa, un trasfondo para que surjan cuestiones relacionadas con la política americana de los últimos años. En realidad, el libro en el que se basa el film es “Cogan’s trade“, de George V. Higgins, de 1974, por lo cual se puede entender que el mensaje propuesto es aplicable a cualquier momento de la historia de Estados Unidos -esto es, sin dudas, lo más sutil que presenta la película-.
El planteo frontal de Dominik puede ofender a quienes estén en contra del subrayado innecesario y hecho a los gritos. Por ejemplo, allí se encuentran los discursos presidenciales que aparecen en un televisor mientras transcurren las acciones. En este sentido, lo que dicen y hacen los personajes muchas veces opera en sentido contrario con lo que Bush u Obama establecen en sus parlamentos. Tanto el momento del robo como los últimos minutos del film están tan sobrecargados de explicación que pierden el impacto deseado. Son cosas que se dicen en la cara de la forma más explícita posible. Habría que analizar hasta qué punto este cine directo atenta contra la inteligencia del espectador.
Si hay algo que rescatar sobre el uso de la palabra es que esta adquiere un carácter casi físico. La utilización es tan exagerada, tan grosera, que el registro oral termina siendo tangible como los objetos y personajes que se ven en pantalla. Esto no deja de ser interesante ya que el protagonista usa estas palabras como si fuese otra de sus armas. Sobre el final, el discurso de Jackie Cogan impacta sobre una de sus víctimas. Detrás de lo que se dice -repito, bastante convencional pero no por eso cargado de fuerza y verdad- hay un asesino que dispara a las creencias de un pueblo -falsamente- unido.