El cuento de Pedrito y el lobo
“Me gusta matarlos suavemente, sin sentimientos”, dice Jackie Cogan, un Brad Pitt peinado hacia atrás y con barbita candado. Jackie es un sicario, un tipo al que se apela cuando se quiere averiguar “algo” o eliminar a “alguien”. O ambas cosas a la vez.
El comienzo –en el que no está Pitt, quien tarda bastante en asomar en escena, a los 23 minutos- muestra una ciudad, o un pueblo semiderruído. El tiempo: poco antes de las elecciones presidenciales de 2008, que consagrarían a Obama. No es un dato aleatorio. El neozelandés Andrew Dominick, así como el checo Milos Forman en los ’70 y ’80, supo ver mejor que un estadounidense la debacle económica y social del país, con parábolas a veces visuales -la ciudad en ruinas-, muchas otras a través de sentencias.
De diálogos o monólogos como “Esto no es un país, es un negocio. En América estamos todos solos”, se puede pasar a una escena en cámara lenta en la que los vidrios rotos y las gotas de lluvia mixturan en un placer plenamente cinematográfico.
La película se toma sus tiempos, y tiene como decíamos sus diálogos. Los personajes (Jackie y quien lo contrata, interpretado por Richard Jenkins) pueden dialogar largo rato sentados en un auto hasta que descubramos qué pasará. Sí, como en el primer Tarantino. Lo mismo con Mickey (James Gandolfini), un asesino que engaña a su esposa y que se toma sus tiempos -sus días-, entre prostitutas y alcohol antes de pasar, si puede, a los hechos.
Lo que dispara la trama es el robo a un garito que regentea Markie (Ray Liotta, cuándo no). Pero como Markie alguna vez fingió un asalto y se quedó con todo, ahora nadie cree que le hayan robado en serio. De ahí que haya que averiguar y/o eliminar.
La tensión in crescendo en el robo es un punto altísimo del filme, en el que de fondo se escucha al presidente Bush, al senador y candidato Obama y a cualquiera en la radio y la TV hablando de “seguridad financiera”, de “proteger la economía”, “tomar medidas por la pérdida de la confianza en el sistema”. Las golpizas y los asesinatos que se entrecruzan no son más que un compartimiento de una sociedad, se ve, en declive moral.
Mátalos suavemente es una provocación, sí, y va más allá de la sangre y los rostros destrozados. Si espanta es por otras cosas.