La inverosímil transformación de una esposa fiel, madre amorosa y empleada bancaria en una máquina de matar es el primer eslabón de una antología de despropósitos. Estamos ante la peor versión del género de vengadores anónimos, ahora en manos de una mujer (Jennifer Garner, más sufrida que nunca) cuyo comportamiento parece avalar la idea de justicia por mano propia. La lista de desatinos es interminable y va desde mostrar del modo más irresponsable y efectista la muerte de una niña hasta la abrupta e incomprensible transformación de algunos personajes claves. Los saltos absurdos del guion y el desfile de estereotipos raciales resultan en este contexto casi anecdóticos.