Medusas

Crítica de Ezequiel Obregon - EscribiendoCine

Escenas frente al mar

Suceso en el último Festival de Cannes, en donde recibió la Cámara de Oro a la Mejor Ópera Prima, este film israelí dirigido por Etgar Keret y Shira Geffen propone una mirada entre melancólica y esperanzada sobre los vínculos humanos en la ciudad de Tel Aviv, sobre todo entre las mujeres.

A la manera de un film de Robert Altman (Ciudad de Ángeles, La fortuna de Cookie), Medusas tiene tres sub-tramas. La primera está centrada en Batya, una joven recién separada que sólo tiene tiempo para un abúlico trabajo de camarera en una empresa de catering. Hasta que un día encuentra en la playa a un niña que nadie ha reclamado, y entonces su rutina se ve puesta entre paréntesis. La segunda refiere a Keren, quien acaba de casarse y que, a causa de un accidente en su pierna, deberá posponer su luna de miel y conformarse con un alojamiento en un hotel local. Por último aparece Joy, una mujer filipina que trabaja cuidando ancianas y sufre por la distancia que mantiene con su hijo.

Una de las principales virtudes del film es que no se regodea del entrecruzamiento de las historias ni cae en mandatos morales, algo que sí le pasa con frecuencia a otros realizadores que trabajan con la misma estructura (léase el mexicano Alejandro González Iñárritu, por citar sólo un caso). No es que las historias no estén “cruzadas”, pero si lo están responden a una necesaria cercanía de los personajes, nada ociosa en términos de guión. Tampoco el film está diseñado desde el pintoresquismo for export. Los personajes son eminentemente urbanos y sus conflictos traspasan las fronteras para tocar sensibilidades contemporáneas como la inestabilidad emocional, la soledad, el desempleo, la fragilidad de los vínculos familiares. Temas complejos que se deslizan de una forma sutil en las tres historias, en donde ha resultado muy efectiva la elección del casting y las composiciones de las actrices protagónicas.

En cuanto a la puesta en escena, los realizadores han optado por enfatizar la trayectoria de los personajes, como si éstos se definieran por el tránsito que emprenden. Tránsito que no los ha conectado con sus deseos, pero que en el film aparecerá interrumpido de un modo u otro. Keren, obligada a un estatismo casi absoluto, tendrá la posibilidad de re-pensar su vínculo marital, sobre todo a partir del encuentro en el mismo hotel con una enigmática mujer. Batya cambiará su rutina cuando tome contacto con la niña que ha encontrado en la playa y –como si el tiempo se suspendiera- ese “hacerse cargo” tendrá un impacto emocional que la ligará con su pasado y su futuro. Joy, casi inmiscuida en un lazo maternal que no le corresponde, podrá aliviar parte de la desazón que le produce haber dejado a su hijo en su país de origen. Y en el medio de las tres mujeres se encuentra el mar como topografía simbólica. ¿Símbolo del deseo perdido? ¿Símbolo de la incipiente recuperación de sus vidas? Afortunadamente, el film sugiere, se aproxima, pero no da certeza alguna.

Entre escenas cotidianas de una comicidad física muy bien elaborada, Medusas sostiene una suerte de “realismo disonante”, en donde el laconismo y la economía informativa de las secuencias se ven levemente alterados por mínimos pasajes que remiten a lo onírico, como destellos en medio de la oscuridad. Sin lugar a dudas, un destello de luz en la cartelera porteña.