Mensajero

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

Voz nueva y personal en el documental argentino

Tres años después de su ópera prima, Caja cerrada (2008), el documentalista argentino Martín Solá cambia en su segundo largometraje ambiente y estética, pero se mantiene fiel a un estilo cercano al documental de observación. Cercano porque hay más bifurcaciones que dogmas en Mensajero, film que reemplaza el ámbito acuático de su anterior esfuerzo –rodado a bordo de un pesquero cerca de las costas de Barcelona– por la sequedad de una salina del noroeste argentino. El tema central, el núcleo del cual irradian el resto de sus reverberaciones y ramificaciones, sigue siendo el trabajo; trabajo manual, mecánico, esforzado, repetitivo, explotado. Pero si en Caja cerrada la consciente adhesión a la observación casi no le dejaba lugar a otra clase de recursos, en Mensajero Solá se permite varios desvíos ficcionales (al menos en su modo de exposición narrativa) y un uso de la fotografía en blanco y negro que lo acerca por momentos al ethos de un James Benning: un concepto mentirosamente fotográfico, que hace de las mínimas o mayúsculas variaciones en el plano uno de los ejes de su cualidad contemplativa.

Hay dos extensos planos-secuencia que parecen sostener el andamiaje del film, como si se tratara de pilares visuales. Uno de ellos divide la película en dos mitades y registra durante varios minutos el pasaje de nubes bajas con el imponente marco de un cordón montañoso. Hay algo vagamente místico en esa imagen, sensación corroborada y potenciada por la utilización que hace Solá de una procesión religiosa como contrapunto del peregrinaje laboral del protagonista. Mensajero, que participó de la competencia Cine del Futuro en el Bafici 2011, abre con un plano de Rodrigo, excusa dramática del documental, un joven cartero que decide abandonar su precario rol para ir en busca de unos pesos extra en la faena intensiva de una salina. Mientras prepara su partida, un grupo de habitantes de la zona ultima los detalles para la romería anual. El realizador propone allí ese segundo tour de force de la puesta en escena, un largo travelling lateral –bello e hipnótico– que recorre de punta a punta al grupo de peregrinos. Esa imagen será más tarde contrapuesta a un plano equivalente: a bordo de un tren diésel, el rostro de Rodrigo se destaca en primer plano mientras el cambiante paisaje, detrás del vidrio, sirve como telón de fondo.

O viceversa, porque tal vez sea el paisaje el protagonista principal, al tiempo que Rodrigo absorbe y es cambiado por éste. Una de las obsesiones centrales de un film por cierto obsesivo, a tal punto que semeja un sueño recurrente, es la relación entre hombre y naturaleza, entre espacio exterior e interior, entre hábitat y habitante. Luego de la llegada a las cercanías de la salina, la explicación del capataz describe las frágiles condiciones del gremio como si se tratara de beneficios laborales. Y luego se impone el salar, infinito y bochornoso, ofreciendo el producto de su vientre a los anónimos jornaleros. Apenas poco más, porque Mensajero lucha y se resiste a las convenciones tanto del film de denuncia social como a las del documental descriptivo. Hay una clara intencionalidad poética en las imágenes y el ritmo, lo cual le otorga al film las alas necesarias para volar y, al mismo tiempo, disgregar y desenfocar su narración.

El juego planteado por Martín Solá –egresado del Observatorio, la escuela barcelonesa de cine documental– no posee reglas rígidas y exige del espectador una participación activa, reduciendo el rol congénito de receptor para demandar un ida y vuelta intelectual, emocional y, fundamentalmente, sensorial con las imágenes y sonidos que provienen de la pantalla y alrededores. Sepa el espectador, de todas formas, que no hay nada “difícil”, ninguna superficie dura de horadar, en los poco más de cuarenta planos que Mensajero despliega en 85 minutos de proyección. Más bien todo lo contrario: es un film abierto y generoso que reafirma la presencia de una voz nueva y personal en el cine documental argentino.