En esta estólida e innecesaria secuela de una comedia de medio pelo el cómico Martin Lawrence vuelve como el detective del FBI (y maestro del disfraz) que una vez más deviene en una abuela obesa para resolver un caso que involucra a la mafia extranjera. El relato transcurre en una escuela de arte de mujeres; Big Momma y su “hija”, un rapero narcisista y testigo involuntario de un asesinato, y por necesidad también convertido en mujer, mientras protegen su identidad y buscan un USB con información clave para arrestar al mafioso de turno, se unirán a la institución artística como bedel y alumna respectivamente. Los gags resultan mecánicos, no menos desangelados que su trama ridículamente impune. Una secuencia vergonzosa remite a Fama, aunque la filosofía retrógrada del film se puede constatar en su visión sobre las mujeres y la obesidad, a pesar del intento democrático de concebir la belleza femenina más allá de los kilos de Big Momma, que posa como modelo para una pintura colegial. La simpatía de un guardia de seguridad con más de 170 kilos no alcanza para redimir este producto insólito que ni siquiera puede despertar el interés de Cormillot y los productores de programas de televisión en donde la obesidad goza de buen rating.