Los primeros dos tercios de Mientras somos jóvenes están colgados de un pincel y hacia el final, cuando la película puede sobreponerse a sus problemas o desbarrancar para siempre, sucede algo peor: se transforma en otra cosa, se enreda en conflictos insulsos y ajenos a su esencia y ni siquiera muere con las botas puestas. Curiosamente la hecatombe final me hizo revalorizar por contraste aquellos dos primeros actos: no estaban tan mal, después de todo.
La película empieza como un retrato generacional de una pareja de cuarenta y pico que se da cuenta de que ya no es joven. Josh (Ben Stiller) es un documentalista que vive de los restos del prestigio que le dio una película que filmó hace mucho y que está hace ocho años (¿o son doce, ya?) trabajando en su segunda película, imposible, caótica y aburrida. Su mujer es Cornelia (Naomi Watts), que intenta convencerse de que no quiere tener hijos porque tuvo un par de intentos fracasados.
El conflicto empieza cuando conocen a una pareja de jóvenes de veintipico: Jamie (Adam Driver, insoportable) es alumno y admirador de Josh, y Darby (Amanda Seyfried) es su mujer (porque están casados con papeles y todo), una hermosa y despreocupada rubia, personaje insulso e inexistente. La pareja de cuarentones aburridos y frustrados (que hacen un esfuerzo consciente por no reconocerse ni frustrados ni aburridos) empieza a tener una relación de fascinación con la pareja de veinteañeros juguetones.
En esos dos primeros tercios, la película es una comedia que brilla sobre todo gracias a unas situaciones que el autor y director Noah Baumbach exprime al máximo con la ayuda de Stiller y Watts, dos actores extraordinarios, pero además con la inteligencia de esquivar el humor generacional, esos chistes que funcionan a base de identificación. Ví la película en una función para “civiles” (no en una privada con periodistas) y se reían tanto los más jóvenes como los más viejos. Eso es lo mejor de la película, pero también es lo más efímero.
Desde el principio la fibra dramática amenaza con imponerse y lo hace con torpeza. Baumbach quiere “decir cosas” y se nota demasiado. Ya en el primer diálogo entre Josh y Cornelia, cuando hablan sobre tener o no tener un hijo: son un matrimonio de muchos años y el diálogo arranca con un “che, no tengamos un hijo”. Baumbach nos quiere contar a los ponchazos el conflicto dramático que subyace la comedia, como si entre cada escena graciosa o situación divertida (todas muy logradas) nos tirara por la cabeza una línea de diálogo “seria” y nos dijera “ojo que esto no es una comedia tonta, acá hay drama”.
Esto ocurre, como dije antes, en los dos primeros actos, y uno se divierte y se fastidia, aunque probablemente se divierte más de lo que se fastidia (o eso creo ahora). Pero después, cuando Baumbach cumple con la amenaza y desata el drama, lo hace de una manera no torpe sino totalmente absurda. Baumbach decide explotar la frustración de Josh (porque la película, imperceptiblemente, se va deslizando del drama de la pareja al drama exclusivo de Josh, y es una pena) por el lado de su trabajo como documentalista y su rivalidad laboral con Jamie. Por supuesto que estos conflictos en realidad están reflejando otros conflictos más profundos (los que importan), pero la trama se enreda con misterios y revelaciones que no le importan a nadie.
Mientras somos jóvenes termina siendo tan confusa como el documental que nunca termina Josh pero, a diferencia de aquel, deja entrever la película que podía haber sido y no fue.