La incomodidad
Como artista el buen comediante representa, además de un estilo cómico preciso e identificable, una especie de conceptualización de las taras de la sociedad. Ben Stiller, en este caso, ha trabajado -y lo ha hecho a través de su cuerpo y de un rostro que es un nervio tensionado- en sus mejores intervenciones la incomodidad como un síntoma del individuo involucrado en un contexto adverso. Junto a Noah Baumbach colaboró en Greenberg, una película que se movía alrededor de un personaje tenso e incómodo. Y vuelven a colaborar aquí en una película que lleva la incomodidad a la dupla, a un matrimonio de cuarentones que se encuentra en un momento de la vida en el que no conectan con los de su generación. Y a una pareja de veiteañeros que progresivamente va revelando su verdadera esencia.
Pero Mientras somos jóvenes es también una película que emula el concepto de comedia a lo Woody Allen, donde Nueva York, la neurosis, el arte y la intelectualidad son elementos ineludibles. Ahí tenemos a Stiller, director de documentales -o de un documental para ser precisos-, que no puede terminar su segundo film y que se encuentra en una especie de bloqueo creativo que no es otra cosa que una extensión de su crisis generacional: junto a su esposa (excepcional, también, Naomi Watts) empiezan a distanciarse de sus amigos, que tienen hijos y hacen esas cosas que hacen las personas cuando se vuelven grandes. Y por eso encuentran una suerte de auxilio en una pareja de veinteañeros, con la que no comparten rituales pero a los que se acoplan de forma cuasi antropológica. Por eso, la reflexión sobre el documental como un género flexible o inflexible según la mirada personal resulta totalmente pertinente y justificada, aún cuando la película parece estar dividida en partes que no terminan de ensamblarse.
Es que el film de Baumbach reflexiona sobre el paso del tiempo y aquello que nosotros hacemos con él, a la vez que mira de reojo cierta intelectualidad detenida en poses snobs y rituales culturales. El director utiliza una serie de recursos muy interesantes para plantear esta dicotomía entre generaciones, nunca dejando de lado el humor, que puede ser irónico o directamente sarcástico llegada la ocasión, y que se va asordinando a medida que pasan los minutos porque sostiene con bastante inteligencia el punto de vista de sus protagonistas adultos. Es verdad, no obstante, que tanto en la pareja de cuarentones como en la de veinteañeros los personajes mejor trazados son los masculinos, y eso desbalancea un poco el relato porque el interés en las partes no tiene el mismo peso.
Hablamos de partes y de duplas, también de símbolos duplicados. Es que Mientras somos jóvenes es una película que reflexiona sobre aquello que, por inevitable, no puede terminar de ensamblarse (como las generaciones que entran en conflicto dentro del relato), y en ese sentido cierta falta de fluidez (especialmente hacia su última media hora) está justificada en la propia esencia del relato. Aquello que no cuaja, en definitiva, conduce a la incomodidad, concepto reforzado con la presencia de Stiller: primero cómico en situaciones cómicas, luego cómico en situaciones trágicas, apelando al patetismo y a recursos que remedan a los orígenes de la comedia (el golpe, el porrazo, la torpeza, la fisicidad).
Más allá de lo desparejo que resulta el conjunto (a todo esto hay que sumar una mirada virulenta a la industria del cine -y ya son como demasiados temas que terminan involucrándose-), Mientras somos jóvenes termina ofreciendo una visión para nada piadosa sobre la juventud (“no era el Diablo, sólo era joven”, dirá alguien) y su búsqueda de un camino personal, y tiene la capacidad para no caer en poses bienpensantes donde todas las ideas son válidas. Más bien todas las ideas son cuestionadas y puestas en crisis. Como buena comedia que es, Mientras somos jóvenes no puede ser otra cosa que incómoda.