Poner en foco la propia vida La película dirigida por Erik Poppe (Aguas turbulentas, 2008), retrata la vida de una fotógrafa de guerra que debe decidir hasta qué punto su profesión es más importante que su familia. Mil veces Buenas Noches (Tusen ganger god natt, 2015) tiene como protagonista a Juliette Binoche, quien le aporta realismo y calidez a una historia que lo amerita. Rebecca (Juliette Binoche) es fotógrafa especializada en conflictos bélicos, y su pasión por el trabajo la lleva a separarse de su esposo Marcus (Nikolaj Coster-Waldau) y de sus hijas, por largos períodos de tiempo. Pero cuando se encuentra en las inmediaciones de Kabul cubriendo el caso de las mujeres que se inmolan por una causa determinada, su vida corre peligro y regresa a su casa, donde empieza a considerar la idea de renunciar a su trabajo. Es su familia, y en especial su hija adolescente, quien le reclama mayor presencia y le transmite el temor que ellos tienen cada vez que se va porque no saben si regresará con vida. ¿Cómo lograr el equilibrio entre los afectos y la pasión profesional? Esa tirantez entre lo que se debe y lo que se quiere hacer es el eje principal del film de Poppe. Y en ese desarrollo, el director noruego plasma de forma correcta, respaldado por la gran actuación de Binoche, la cotidianeidad de los reporteros de guerra: las situaciones a las que se enfrentan y el deseo de que, el captar una imagen, no sea sólo eso sino el hacer visible a una persona o momento, sin permitir que pase inadvertida. (Es una realidad que Poppe conoce desde el interior porque él desempeñó esa tarea en la agencia Reuters). Con tensión y acierto, las primeras escenas de Mil veces Buenas Noches tienen la capacidad de atrapar al espectador. El inicio y el final son dos momentos claves que le aportan un cierre narrativo a la historia, pero no es suficiente porque esa expectativa no se mantiene durante toda la película. Sin embargo, la destacada interpretación de Binoche transmite los diferentes climas por los que atraviesa el personaje, aportándole credibilidad y matices a momentos con los que el público podrá identificarse. Coster-Waldau acompaña a la actriz, pero no logra sobresalir. Mil veces buenas noches es un recorte de una realidad que puede resultar ajena y desconocida. Pero es interesante saber qué hay detrás de las fotografías bélicas que vemos en los diarios. Y más aún, detenernos en ellas algunos segundos más de lo habitual para reconocer la mirada de quien la obtuvo.
Fotografías del horror Juliette Binoche es una fotógrafa de guerra que se codea con la muerte y cuya vida familiar peligra por el delicado y arriesgado trabajo que realiza a diario. Un film del director noruego Erik Poppe. Si algo tiene Mil veces buenas noches es la veracidad y el realismo de sus imágenes, y no es de extrañar, ya que el director noruego Erik Poppe fue fotógrafo de guerra antes de dedicarse a contar historias en la pantalla grande. En ese sentido, el film funciona como una prolongación suya a través del personaje de Rebecca -una siempre cautivante Juliette Binoche-, la mujer que registra el horror. Desde el comienzo, la crueldad dice presente a través del lente que espìa un "entierro" y sigue a una joven que lleva explosivos y se inmola en un atentado terrorista en Kabul. Su tarea consiste en acercarse lo más posible a los verdaderos protagonistas, a los hechos atroces que se cometen. Los trabajos de Rebecca son reconocidos a nivel mundial mientras el film explora los límites entre la profesión y la vocación. Todo esto ocurre mientras su marido Marcus -Nikolaj Coster-Waldau- y sus hijas la esperan en su casa de Irlanda. Cada misión es una amenaza para todos y la estabilidad de los vínculos familiares peligra por el arriesgado trabajo que Rebecca realiza a diario. El relato de Poppe escoge los silencios, desde el inquietante inicio, y los escasos diálogos para mostrar el espanto de la guerra y de zonas en constante peligro. Mientras su reputación crece, también la tensión en el hogar se hace sentir. El director recurre a "oasis" que echan un manto de piedad en la historia, desde globos de papel que se elevan hasta las situaciones oníricas de Rebecca flotando en el agua, como también la escena junto a su marido en el mar. Todo sirve como remanso para curar las viejas heridas pero el inminente traslado de Rebecca a una aldea en Africa y la decisión de llevarse a su hija adolescente desatan el caos. Esta es la historia de una mujer que cruza los límites y de las consecuencias que debe pagar por ello, contada con acertado pulso por el realizador.
Fotografías de la pulsión de muerte. El realizador noruego Erik Poppe, aquel de la escalofriante Aguas Turbulentas, regresa esta vez con un trabajo claramente autobiográfico, aunque el personaje central sea una mujer. El ahora cineasta fue en su momento fotógrafo de guerra, esa profesión que intenta captar instantáneas que eternicen el trauma y lo siniestro, dando la vida como ofrenda a esa inquietante pasión. Rebecca (Juliette Binoche) es una fotógrafa en una zona altamente conflictiva como lo es Afganistán, un lugar donde las mujeres se utilizan como bomba para inmolarse en pos de su causa. El comienzo del film es estremecedor, una secuencia donde la protagonista no tiene el menor resguardo de arriesgar su vida con tal de captar esos momentos. Con un preciso uso del ralentí y música inquietante, se logran transmitir momentos perturbadores pero de notable belleza cinematográfica. El foco principal del conflicto se centra entre la pasión profesional de esta mujer y la vida en familia, que al parecer son incompatibles. El marido (Nikolaj Coster-Waldau) ya no tolera la constante exposición al riesgo de su esposa, y las hijas viven con miedo cada vez que su madre se va a trabajar a una zona de bélica. Rebecca se replantea todo el tiempo este dilema donde una elección implicaría una renuncia con alto costo subjetivo. La narración se va enfocando en las relaciones interpersonales y cobra primacía el vínculo con su hija adolescente, quien por un lado se identifica con el deseo de la madre pero por otro lado la asusta terriblemente perderla. Lo más interesante es la manera en que se muestra como estos fotógrafos van en busca de imágenes en situaciones donde se coquetea con el peligro y la muerte, pero lamentablemente la propuesta pierde fuerza por el cambio de registro que se le intenta dar a la historia: a medida que avanza el relato se torna más emotiva, sensiblera y repleta de clichés. Situaciones que se acercan más al melodrama estereotipado que al conflicto humano y social en sí. Un pilar fundamental es la magnífica Juliette Binoche, una vez más nos brinda una actuación monumental, con una amplitud de registros interpretativos que van desde la guerrera que toma fotos bélicas hasta la dulce madre que brinda amor a sus hijas, dando a su personaje un notable nivel de realismo y verosimilitud que enamoran a la pantalla. Estamos ante una historia que habla de esas pasiones que se parecen más a una condena irreversible, dejando al personaje en una encerrona casi trágica: o se deja la vida con ella, o se muere en vida sin ella. El final es conmovedor y cierra el ciclo de ese comienzo extraordinario, donde en la repetición se puede hacer algo distinto. Un film humano, aunque a veces peca de excesos emotividad, que no juzga a sus personajes sino que los acompaña en sus dilemas existenciales. Un film político que toma una postura firme al mostrarnos las aberraciones que ocurren en ciertas partes del mundo desde nuestra mirada occidental, pero que no hace la vista gorda sobre la complicidad y responsabilidad que tiene Occidente en todo esto.
Mostrar o no mostrar Mil veces buenas noches, del director noruego Erik Poppe, expone el dilema que atraviesa su protagonista, Rebecca (Juliette Binoche), fotógrafa de guerra, entre el deber ser y el ser. Las fotos que ella entrega y por las que pone en riesgo su propio pellejo conforman un testimonio clave para que el mundo tome contacto con realidades y miserias de las que muchas veces no se tiene información por el juego de intereses políticos que opera en cada rincón del planeta. Tal vez con el antecedente de haber sido fotógrafo, Erik Poppe logra plasmar en un crudo relato el drama personal de Rebecca y de su entorno familiar, en base a las decisiones personales en detrimento de la estabilidad familiar. Por momentos queda evidenciado que entre la profesión y la vida mundana no hay matrimonio posible y que, en todo caso, ser fotógrafo de guerra implica necesariamente la soledad si es que se pretende un equilibrio emocional, capaz de no interferir con el profesionalismo requerido para este tipo de actividad. La observación del realizador noruego es directa con los hechos que retrata, busca el más pleno realismo en las imágenes para mover los resortes emocionales pero siempre desde el lado del drama, tanto interno como externo. En la intimidad de Rebecca no funciona el contacto con sus hijas y tampoco con su marido (Nikolaj Coster-Waldau), aunque puertas afuera encuentra su lugar y sentido al aceptar misiones peligrosas en las que las mujeres también protagonizan acciones terroristas. Mostrar o no mostrar, ese parece el dilema de Mil veces buenas noches, un film que sin apelar a ningún golpe bajo logra salir airoso al reflejar con un tono realista y cierto sentimentalismo la difícil tarea de retratar lo peor de la humanidad, a pesar de no esquivar los lugares comunes.
El director Erik Poppe fue fotógrafo de guerra, por eso sus escenas donde la fotógrafa es Juliette Binoche tienen una verdad estremecedora y polémica. La debilidad del film está en el retorno de la protagonista a su hogar, con momentos de lugares comunes y edulcorados. Polémica en más de un momento, pero aún con defectos vale la pena.
Una vil y constante apelación a la culpa “Quiero que la gente al abrir el diario se atragante con el desayuno”, le dice Rebecca a Stephanie, su hija adolescente, en el interior de una carpa en un campo de refugiados en Kenia, antes de irse a dormir. “Quiero que vean, que sientan y reaccionen”, agrega para completar la idea de lo que espera que provoque su trabajo en los lectores del diario para el cual trabaja. Porque Rebecca es fotógrafa, cronista de guerra, y se especializa en la producción de imágenes periodísticas de alto impacto en zonas de conflictos bélicos. Ese mismo parece ser el objetivo de Mil veces buenas noches, del director noruego Erik Poppe: que el espectador tenga ganas de meterse la entrada que acaba de pagar en el fondo de la garganta. Que se entere, aunque no quiera, de que hay otros que la pasan mal acá nomás, en el mismo mundo en el que ellos están lo más tranquilos ahí, sentaditos muy cómodos y seguros en la butaca de una sala de centro comercial. Es esa y no otra la idea de cine que hay detrás de una película como la de Poppe, quien parece medir el tamaño de su “compromiso político” de acuerdo con la cantidad de viejas que salgan del cine horrorizadas (pero ahora conscientes), tras haber sido testigos de la escalada de miserias que él mismo ha puesto en escena con “riguroso realismo”, “actuaciones notables”, “bellísima fotografía”, “una música incidental conmovedora” y algunos otros de esos lugares comunes que suele amontonar la crítica de cine cuando es escrita para ser lucida en afiches promocionales de las películas.Doblemente vil resulta Mil veces... cuando se cae en la cuenta de que no es a la conciencia del espectador a lo que apela, sino a su culpa. La misma culpa que la empuja a sentir a la pequeña Stephanie, quien, aterrorizada por la posibilidad permanente de que un día su madre vuelva de uno de sus viajes de trabajo dentro de una bolsa negra, se obliga a “entender” que hay otros chicos –los que mueren de hambre en Africa o los que son enviados a inmolarse en los frentes de batalla de Medio Oriente– que necesitan a su madre más que ella misma. Cada fotograma de la película de Poppe sostiene esa tranquilizadora (e insoportable) idea de Occidente como garante del bienestar y la justicia en todo el mundo. Mil veces... cumple de ese modo el mismo papel que los quince centavos que se donan a Unicef en la caja del supermercado: que cada uno se vaya tranquilo a su casa sintiendo que es posible hacer algo por los desposeídos del mundo, que siempre son otros y ajenos, sin ensuciarse las manos ni resignar nunca los privilegios de pertenecer.
Relato de una reconstrucción Mil veces buenas noches nos cuenta la historia de Rebbecca, (Juliette Binoche) prestigiosa fotógrafa especializada en conflictos bélicos tercermundistas que luego de un accidente, se ve obligada a regresar a casa para enfrentarse al más estresante de los conflictos: el concerniente a sí misma, en relación a su familia. La historia en sí, trata sobre un proceso de reinserción familiar y la búsqueda del equilibrio por parte de una mujer que apasionada por su carrera, ha tendido a descuidar a su familia, siempre dejándola en un segundo plano. Presente en los conflictos pero sin ser partícipe de los mismos, cumpliendo su rol de periodista, retratando la crudeza de las situaciones, el primer giro narrativo se da cuando no resiste la tensión y decide avisarle a un grupo de gente inocente, sobre el estallido de una bomba a plena luz del día. Eso la hará regresar a su casa y en medio del trauma, vérselas con el desafío de intentar encajar en una familia compuesta por: un marido exhausto de sus desapariciones por meses debido a sus viajes y al hecho de preocuparse por ella y su probable no retorno y un par de hijas que acostumbradas a la situación, tienden a extrañarla (en todos los sentidos que adquiere el término, más allá del popular adscrito a lo puramente afectivo). Dañada por la situación de no-lugar al que se encuentra panópticamente sujetada, tratará de hacer equilibrio intentando renovar buenas migas con su esposo Marcos (Nikolaj Coster-Waldau) -biólogo marino que por definición parecería sentirse incómodo con el espíritu aventurero de su pareja- y conseguir una conexión fuerte con su hija adolescente, Steph (Lauryn Canny) mientras termina de decidir, como va a continuar conciliando a su carrera con su familia. Se destaca la actuación de Juliette Binoche, ya que en algún punto la película parece estar hecha a su medida. Casi siempre tomándola de referencia y con su punto de vista como central, ya que abundan los primeros planos que la tocan de cerca, mostrando sus expresiones de mujer emocionalmente afectada. También un detalle muy positivo a tener en cuenta, son las transiciones de escenas que transmutando entre diversas situaciones, resultan muy originales e interesantes. Todo esto apoyado en una fotografía que (no podía ser de otra manera) es impecable. El punto flojo tal vez resulte que en todo ese intento de mostrar la desidia de la situación, el espíritu dramático del filme por momentos parece estirarse por demás, dejando la sensación de que la historia podría haberse recortado un poco, prescindiendo de algunos de sus 117 minutos, dándole más contundencia a la historia en sí. En fín, Mil Veces Buenas Noches termina siendo una historia sobre las pasiones y como lograr en el medio social, la coexistencia pacífica entre la carrera y la familia: el intento por lograr el equilibrio y la inserción mutua, entre tan diversos puntales de la vida.
Sólo Binoche sale airosa El director noruego Erik Poppe fue un reconocido fotógrafo de guerra y en esta película reconstruye su propia historia en zonas de conflicto, pero con una actriz como la francesa Juliette Binoche convertida en su álter ego. El film arranca con una tensa secuencia ambientada en Kabul, donde Rebecca (Binoche) sigue a una joven que ha decidido inmolarse con su cuerpo cargado de explosivos. Un error suyo hace que la mujer-bomba estalle antes de tiempo y esa decisión casi le cuesta la vida. De regreso a su casa en Irlanda, Rebecca se encuentra con un ultimátum por parte de su marido Marcus (Nikolaj Coster-Waldau, visto en Game of Thrones): deberá elegir entre su carrera (es una de las cinco fotógrafas top) o su familia (la pareja tiene dos hijas). En medio de la angustia y la culpa, la protagonista decide abandonar sus riesgosos trabajos y dedicarse a la vida hogareña, pero las contradicciones, tentaciones y decepciones no tardarán en aparecer. Un viaje aparentemente sin riesgos a un campo de refugiados en Kenia acompañada por su hija mayor (una adolescente) termina con Rebecca en medio de un tiroteo entre dos bandas antagónicos. Cuando Marcus se entera, la relación se termina por derrumbar. El realizador de Aguas turbulentas construye intensas secuencias en Afganistán y Kenia, pero los conflictos familiares -que son el corazón de la película- resultan por demás obvios, torpes, maniqueos y subrayados con una música recargada e intrusiva. Binoche intenta darle algo de profundidad a su personaje, pero el material es tan elemental, con tan pocos matices, que ni siquiera una actriz de su categoría es capaz de rescatar a este film del naufragio.
Juliette Binoche en despareja historia de planteos morales Tras aquel tenso, profundo e ingenioso cuestionamiento moral a dos puntas que fue "Aguas turbulentas", vuelven los noruegos Erik Poppe y Harald Rosenlow-Eeg, guionista, con otra historia de planteos morales. La obra es interesante y conduce a varias reflexiones, pero los méritos de la anterior, desgraciadamente, no han vuelto. No hay mayor tensión, ni más ingenio que el de invertir los roles matrimoniales: acá el hombre se queda en casa cuidando a las niñas y reprochando a su cónyuge la vida que lleva, y la mujer trabaja afuera, para colmo en zonas peligrosas. Y considera su misión profesional antes que su vida familiar. Ella es fotógrafa de guerra, nada menos. Su condición de mujer le permite meterse donde los hombres no pueden. Por ejemplo, entre un grupo de afganas fundamentalistas que preparan un atentado: purificación, envoltura de bombas, etc. de una joven suicida. Hay dos escenas de ese calibre, ambas buenas, de mínimo diálogo, y muy significativa la última. También hay una escena fuerte en un campo de refugiados de Kenia, donde encima fue la hija mayor, con la excusa de preparar un trabajo para el colegio. Esos momentos se contraponen a otros, los de la vida familiar, de civilizada incomodidad. Demasiado civilizada, tanto que el interés se pierde. Hay otros defectos: lentitud, tiesura, reacciones intempestivas, explicaciones ideológicas facilongas, en fin. La protagonista, Juliette Binoche, sabe transmitir con su sola mirada lo que siente su personaje (atenta en un lado, ajena en el otro), pero eso no siempre alcanza. Su partenaire, Nikolaj Coster-Waldau, conocido por "Juego de tronos", sólo pone la facha. Erik Poppe ha sido fotorreportero, estuvo en varios conflictos mundiales, de modo que aporta alguna experiencia. Tampoco alcanza, pero al menos entretiene un poco. Sobre los conflictos morales y familiares de los reporteros de guerra, vale mencionar, ya que estamos, "Adiós, Franziska" (Helmut Kautner, 1941) y "Die Falschung", que aquí se conoció como "El ocaso de un pueblo" (Volker Schlondorff, 1981, con Bruno Ganz). También la hispano-argentina "Territorio Comanche" (Gerardo Herrero, 1997), filmada en Bosnia, a partir de una obra de Pérez-Reverte basada en hechos reales.
“Mil veces buenas noches” cuenta la historia de Rebecca, una reportera gráfica especializada en conflictos de Medio Oriente que debe decidir entre continuar con su pasión o hacerse cargo de su familia. La historia que presenta el film es muy fuerte y está construida de dicha forma, pero de una manera cuidada, no es desagradable ni impresionable. Por un lado tenemos imágenes sobre la profesión de Rebecca y cómo desarrolla su pasión y, por el otro, cómo se relaciona con su marido y dos hijas que tienen que vivir con una madre que concurre a las zonas de conflictos bélicos y no saben si la volverán a ver. Ambas historias son sumamente interesantes, una de mayor impacto y otra con una emotividad vibrante, lo que provoca que la suma de dichas partes construyan una película de alto nivel. “Mil veces buenas noches” es una película dramática, cuyas emociones son transmitidas a la perfección por sus protagonistas, Juliette Binoche y Nikolaj Coster-Waldau. Binoche logra captar la esencia de una mujer que a pesar de querer hacer todo por sus hijas, su trabajo la hace ser quien es y no es algo tan fácil de renunciar. Más que un trabajo, es un estilo de vida, un destino que se ve obligada a cumplir. Por su parte, Coster-Waldau interpreta a su marido, un hombre que se hace cargo de sus hijas y que no quiere que su mujer las siga lastimando. Es muy interesante ver también cómo ambos personajes interactúan entre sí y cómo se relacionan una vez que Rebecca vuelve. Asimismo, se le da una gran importancia al rol femenino en la película. La mayoría de los personajes son mujeres, desde la protagonista, las hijas, y hasta las mujeres con las que interactúa Rebecca durante su viaje. Se les otorga un poder particular, dejando de lado el cliché de ser el sexo débil o las que se encuentran acompañando a un hombre. En esta ocasión, las mujeres son las que toman el lugar de liderazgo. El director noruego Erik Poppe utilizó muchos de los elementos de su propia experiencia de cuando fue un periodista gráfico y cubría los conflictos en América Central, Medio Oriente, África y el suroeste de Asia para construir la historia. Esto genera que la película sea muy realista y llegue a conmover al público. En resumen, “Mil veces buenas noches” es una película fascinante, que nos atrapa desde un primer momento y nos va a tener expectantes y tensos durante las dos horas que transcurre la historia. Además, nos logra conmover con esta historia desgarradora. Samantha Schuster
Por una causa justa y bienpensante El film de Poppe conjuga aspectos públicos y privados de un personaje en situaciones límite en Kabul y otros sitios de riesgo. Rebecca es reportera y fotógrafa de guerra, está casada, tiene dos hijas y debe decidir su futuro entre los riesgos de su profesión y el refugio que le propone el retoño familiar. Contada así y a través de una breve sinopsis, el argumento de Mil veces buenas noches resuena como políticamente correcto, verista y a un paso de los lugares comunes en esta clase de películas. En realidad, el film del cineasta nórdico Eric Poppe (el mismo del drama familiar Aguas profundas, estrenada hace tres años) apunta a eso: conjugar los aspectos públicos y privados de un personaje viviendo situaciones límite en Kabul y en otros paisajes bélicos en contraste con sus responsabilidades como madre y esposa. Nada nuevo bajo las balas y bombas que caen en los territorios en conflicto, adonde Rebecca va una y otra vez, también acompañada en una ocasión por su hija mayor, tal vez con el propósito de que ella conozca otro mundo, lejos de la protección familiar y de una hermosa casa cerca del mar. Las decisiones formales de carácter bien pensante del director, subrayadas por su ciclotímico personaje central, no tienen otro propósito que estimular una historia de objetivos humanistas, trazada con diálogos cursis y un uso de la luz que poca relación tiene con un argumento de fuerte intensidad donde la muerte se convierte en protagonista. Curiosidades de un film menor: las mejores secuencias son la primera y la última, es decir, menos de media hora donde impera el suspenso y el horror de la guerra con una bomba a punto de estallar y una niña que se convertirá en mártir arropada con explosivos atados a su cuerpo mientras se ora por el destino de su alma. En ambas escenas, la mirada de Rebecca, que oscila entre la sorpresa y el cumplimiento del deber, representa los objetivos de una película que apunta a la "lección de vida" y a un registro fílmico que parece concebido por la ONU. Juliette Binoche, por su parte, sostiene con su actuación la crueldad y la emoción de esas escenas, acaso los únicos puntos valiosos de una película construida a través de burdos recursos que atenúan sus más que transparentes intenciones.
Fotógrafa en crisis La pobre resolución de las escenas y algunas actuaciones atentan contra la buena intención del filme. Si la primera escena chocaba contra el poco creíble papel de Binoche, ahora la historia navega en la psicología de una difícil decisión. ¿Quién necesita más esas fotos, los refugiados, las víctimas de las atrocidades más inhumanas o la propia Rebecca, empujada por su necesidad de adrenalina? Sobran preguntas válidas y diálogos básicos, silencios importunados con música para emocionar, clips del amor profundo que se profesan en la familia y una pulsión constante para que Rebecca vuelva a escena. Hay frases hechas y crueles. Se habla de un mundo más interesado en un affaire de Paris Hilton que en el genocidio de Africa. Se contrapone la exposición escolar de la hija mayor de la familia con la del joven infame que dice: “En Africa cualquiera puede ser Drogba”. Una buena historia, un tema, no garantiza una buena película.
Nada es más agradable que ver nuevamente a Juliette Binoche en la pantalla. Ella es de las pocas actrices que se animan a encarar cualquier tipo de personaje y llevar adelante el mejor papel como si fuera el último. En este nuevo film Binoche se juega hacer una fotógrafa corresponsal de guerra. Mil Veces Buenas Noches (Tusen Ganger God Natt) trata sobre la audacia y la valentía que tiene un corresponsal de guerra en zonas de conflicto para mostrar al mundo lo que allí sucede. De este modo Juliette Binoche se acerca con coraje el mundo islámico y su cámara fotográfica será quién congele la atrocidad que se vive en Oriente. El director de la película, Erik Poppe, intentó de este modo reflejar prácticamente su vida siendo él ex corresponsal de guerra. En este nuevo film se nota el conflicto que vive un periodista que por su propia voluntad decide enfrentarse a la muerte para darle a conocer qué sucede en el otro lado del mundo. Buscar la verdad detrás a pesar de todo. Luego de la impresionante escena con la cual comienza la película también se dará curso el conflicto no sólo por mostrar la situación en la que viven otros países si no el conflicto familiar aquel que vive pendiente si en algún momento regresará al hogar. Mil Veces Buenas Noches interactúa no sólo a nivel profesional sino también sentimental buscando un equilibrio entre ambas. La intensidad que Juliette Binoche brinda a su personaje es tan auténtica como escalofriante.
Tarea de riesgo Rebecca (Juliette Binoche) es una de las fotógrafas en zona de conflicto más respetadas del mundo; es una pasión y una obsesión, pero también un problema para su familia. Veterano fotógrafo de guerra, el director Erik Poppe sabe dónde colocar el ojo de la cámara y eso se demuestra sobre todo al inicio del film. Rebecca asiste a la ceremonia de una mujer que en Medio Oriente es consagrada con un chaleco de explosivos; minutos después, la fotógrafa casi pierde la vida por la explosión. La secuencia fue rodada con tal tensión, precisión y belleza que hacen de la escena de apertura de American Sniper una mera ocurrencia pochoclera. Pero cuando Rebecca retorna a su hogar en Irlanda, rodeada del afecto y las recriminaciones de su esposo Marcus (Nicolaj Coster-Waldau) y su hija Steph (Lauryn Canny), la película se enreda en un culebrón doméstico sin buenos diálogos ni sentido narrativo. Dada a elegir entre su profesión o su familia, Rebecca personaliza la indecisión que irradia la película de Poppe.
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Señoras que dudan y hombres que matan El noruego Erik Poppe (“Aguas turbulentas”) vuelve con otra historia que se tutea con el sentido del deber, la culpa y personajes angustiados y dudosos. Rebecca (Binoche) es una fotógrafa de guerra. Trabaja en tierras peligrosa. Herida, vuelve a su casa. Y allí enfrentara otra batalla: ni su esposo ni sus hijas quieren que se vaya más. Deberá elegir: o la adrenalina de la guerra o la familia. Ese es el tema. La vocación y el deber, por un lado; los afectos y la paz hogareña por el otro. Sobre estas opciones transcurre un film que tiene, al principio y al final, en Kabul, sus dos mejores escenas: los conmovedores preparativos de dos mujeres con explosivos, listas para inmolarse. A Rebecca sus hijas y el marido la reclaman. “Pero es el instinto lo que me manda a estar allí”, explica, aunque añade que lo que anhela con sus fotos, de alto impacto, es que a la gente cuando abre el diario se le atragante el desayuno con esas devastadoras imágenes. El filme está muy bien al retratar el peligro, pero trastabilla en las escenas hogareñas, se vuelve algo empalagoso y se alarga, aunque nunca cae en excesos. La angustia, la culpa, el verdadero lugar de cada uno en son explorados en este relato que juega demasiado con los contrastes. Rebecca, al final, al querer registrar los preparativos de otra mártir, parece entender que inmolarse en el frente (con explosivos o con cámaras) puede ser inútil y terrible.
Norwegian cinematographer and director Erik Poppe's fourth feature film, A Thousand Times Goodnight, is inspired by his personal experiences as a war photographer, and this is his first English-language film. Shot on locations in Morocco, Ireland, Kenya and Afghanistan, it spins the tale of Rebecca (J uliette Binoche), a famous war photographer who lives in Ireland with her husband, Marcus (Nikolaj Coster-Waldau), a marine biologist, and their two daughters, Steph (Lauryn Canny) and Lisa (Adrianna Cramer Curtis). As you'd expect, being a war-photographer, Rebecca's life is constantly endangered, and her everlasting commitment to show the world what’s happening to the poor, the war victims and their grieving makes her job all the more dangerous. After an assignment gone awry in Kabul, Afghanistan, where she photographed female suicide bombers, Rebecca comes back home with more than a couple of injuries. Rightfully so, Marcus feels he can’t take it any longer. It’s not only a matter of her safety — she's also neglecting her maternal duties. What is Rebecca to do? Will she choose family over work? Such a decision is surely bound to tear her apart. When a socially and politically conscious feature is filled with overwhelmingly sentimental incidental music, pristine and glossy cinematography, one-dimensional characters, trite shocking imagery, enlightened verbal exchanges on the nature of power and war, and a downright didactic gaze from beginning to end, you are entitled to fear the worst. Let alone a melodramatic sugarcoat to touch very undemanding viewers when showing the pain of others. So let's just say it: A Thousand Times Goodnight is one dumb movie. It may be annoying to some, but I just found it bluntly stupid. It's only fair to point out that Juliette Binoche doesn’t do a bad job as the heroic photographer, but there’s only so much an actor can do when a character is so predictably overworked. After all, actors are not miracle workers. As for the remaining actors’ performances, they are simply forgettable, just like their characters. As is the case with the recently released Trash, by Stephen Daldry, A Thousand Times Goodnight addresses excruciatingly complex issues in such a reductionist way that you cannot but feel a little insulted. That is, if your intention was to take it seriously.
La imagen que grita la injusticia Una de las primeras imágenes del film, una cámara en el suelo manchada con sangre, marca, de una forma muy acertada, el proceso que vivirá Rebecca, la protagonista de Mil veces buenas noches. Pero presenta, también, los dos planos en los que se desarrolla la película: por un lado, cómo cambia la vida de una fotógrafa de zonas en peligro luego de su accidente, y por el otro, la posición de denuncia que toman muchos periodistas que cubren lo que pasa en conflictos bélicos. Y al mismo tiempo, con esta imagen tan simbólica, se deja planteada la preponderancia que tendrá la fotografía en el film. La actuación de Juliette Binoche como Rebecca, una mujer que se encuentra en la posición de elegir entre seguir con su trabajo o quedarse con su familia, es destacable. Los cambios repentinos de ánimo entre el sentirse orgullosa de su labor y sentir vergüenza por hacer sufrir a su familia muestran a dos personas totalmente opuestas en una. Los conflictos que tiene con su familia hacen que se replantee y vuelva a los orígenes de por qué decidió elegir esa profesión y hasta qué punto su compromiso por lo que pasa en los lugares en conflicto superó al miedo y fue más fuerte que separarse de su familia. Pero, a su vez, los mismos conflictos y la fundamentación de la posición de la corresponsal hacen que la película también sea una denuncia en sí misma, mostrando qué pasa en las zonas de conflicto y cómo muchas veces se manipula la información. Asimismo, deja de manifiesto cómo mediante un interés económico de determinados países se crean e inventan conflictos. Paralelo a esto, podemos ver que la fotografía y los planos responden a la visión de un fotógrafo, haciendo que lo estético acompañe el tema y lo afiance. Y en cuanto a esto, es interesante ver cómo se prepara al receptor a identificar cuáles son los enfoques y las prioridades que elige una corresponsal de guerra para mostrar lo que está pasando para luego ver esos mismos intereses aparecer en las fotografías que elige el director para mostrar el sufrimiento de la propia fotógrafa. Ese interés por un acompañamiento fotográfico le da un peso simbólico y estético muy atractivo.
Rebecca es fotógrafa, pero no de cualquier cosa; se dedica a retratar imágenes en lugares limites, en países africanos con golpes de estado o divididos en guerrillas, como también del medio oriente donde los fanáticos religiosos se inmolan matando cientos de víctima. Así es como pasa la mayor parte de su vida, cosa que la llevará a tener que decidir qué es más importante para ella, si su profesión, o la familia que formó y que está a punto de perder. Esta película puede ser bastante tramposa a la hora de leer la sinopsis, y luego sentarse a verla. Estoy seguro que la mayoría de ustedes, después de leer de qué trata el film, pensarán que estamos ante otro film de esos “golpebajistas” donde vamos a ver gente de diferentes etnias masacradas y asesinadas por malos malosísimos, mientras nuestra heroína blanca fotografía todo jugándose la vida. Bueno, hay algo de eso, pero en realidad el asunto va para otro lado. Principalmente vemos una mujer que se nota que hace tiempo perdió el rumbo de las prioridades en su vida. De hecho, su esposo más de una vez le dirá “lo haces por la adrenalina”. Quienes a principio de año vieron Francotirador, acá van a encontrar un enorme paralelismo entre aquel soldado que llevaba la guerra a su casa y se sentía mas cómodo con el rifle que con su esposa, y esta mujer que prefiere esquivar balas y bombas mientras toma fotos, en lugar de pasar tiempo con sus hijas. Parte de que ambas tramas funcionen bien, se debe a la actuación de la hermosa Juliette Binoche, quien con una interpretación bastante medida, casi sin tener diálogos largos, nos trasmite esa lucha interna de su personaje, que disfruta tanto de sus hijas, como del peligro. Por desgracia, el resto del elenco no acompaña de la misma forma. A Coster Waldau cuesta aún verlo fuera del personaje de Jaime Lannister de Games of Thrones; mientras que el rol de las hijas, si bien la que interpreta a la mayor cumple, la menor se hace bastante molesta de a ratos. De todas formas, pese al mérito actoral de Binoche, lo que más destaca de esta realización es el guión. En especial porque hace convivir las dos tramas de forma orgánica, con una dándole pie a la otra y viceversa. Mil Veces Buenas Noches en ningún momento trata de bajar una línea de pensamiento, solo muestra a una persona desbordada. Es una lástima que Mil Veces Buenas Noches saliera dos años después de su estreno, ya que quizás muchos de los lectores ya la vieron, o pasará desapercibida en cine, pese a que ya pasó bastante el furor por los guerreros del camino, los superhéroes y los fanáticos de las carreras. Por desgracia, quien más discreto pasa es el director, que no muestra nada relevante en cuanto a dirección, haciendo que la película no sea un poco mejor de lo que ya es, y solo se sustenta en la actuación de la actriz principal y la historia (que tampoco es poca cosa). En conclusión, Mil Veces Buenas Noches se muestra como lo mejorcito que ofrecen las salas argentinas en este momento en cuanto a films no mainstream, además que nos muestra una gran actriz que sigue más vigente que nunca. Algo que debería pesar a la hora de tenerla como opción a la hora de ir al cine.
ETERNO RETORNO DEL DUELO Con una secuencia inicial que eriza la piel, Mil veces buenas noches viene a contar una historia de tensión entre el deber y la pasión. Una historia que muestra los recovecos íntimos de un mundo en el que no todos sus habitantes tienen el privilegio de vivir a salvo. Y es ahí, en estos lugares olvidados por Dios, en donde la cámara de Erik Poppe se ubica para ofrecer un punto de vista singular que marca, todo el tiempo, el peso de la dicotomía que se presenta en la piel de Rebecca (Juliette Binoche), una reportera gráfica de zonas en conflicto, quién luego de un grave accidente debe decidir entre continuar con su trabajo o quedarse en casa con su familia. Tras presenciar la ceremonia ritual en la que una mujer afgana es preparada para inmolarse, Rebecca decide ir un paso más allá, y acompañar el periplo de la mujer-bomba hasta el último minuto posible. Su fervor por documentar una historia impresionante la enceguece, y dominada por la pasión, comienza a sentir miedo. Pero ya es tarde, y ahora habrá que poner el cuerpo hasta el final. La bomba explota, y ¿Rebecca? En el plano narrativo, sobrevive, mientras que metafóricamente muere: en la explosión se salvó su cuerpo pero no su mente. Mil veces buenas noches juega con las oposiciones que se manifiestan en dos sentidos, por un lado, le otorgan ritmo al filme, pero por el otro, logran que el espectador no tenga sólo un punto de vista, sino múltiples. Las oposiciones también se plantean en torno al tema de la película y obligan a la audiencia a ponerse en la piel de Rebecca y pensar qué harían en su lugar. Porque Rebecca conservó su cuerpo y volvió a su hogar, pero lo que debería haber sido una cálida bienvenida se transformó en una lista de cuestionamientos. Su marido y dos hijas ya no pueden volver a tolerar otro viaje más en el que nadie sabe si regresará a salvo. Entonces, ¿cómo mantener una distancia profesional ante la crudeza de un contexto en el que la muerte acecha y la vida no tiene valor? ¿Debe el fotógrafo intervenir?, o ¿Sólo debe documentar desde la neutralidad? ¿Y si su vida corre peligro? Muchas son las preguntas y pocas las respuestas, porque la discusión es harto extensa y la solución imprecisa. La ética roza los límites de los derechos humanos y mientras la adrenalina advierte la inminencia del desastre, la mano firme nunca deberá soltar el aparato fotográfico, ese dispositivo que media entre la razón y la pasión, entre la realidad y la ficción construida desde la parcialidad de otro ser humano que también está sufriendo las consecuencias de no saber si ese instante será la última imagen de su vida. Binoche se roba la película, y en sus “apariciones” escénicas, su presencia parece recodar un vagabundeo fantasmal. Está pero no está, y su habitar es efímero, silencioso y agazapado. Ubicada en la oscuridad del plano, merodea por los sitios que alguna vez la recibieron pero que ahora la rechazan. Puede parecer que la expulsión provenga por fuera de sí, pero lo cierto es que la no presencia es producto de su estado mental. ¿Cómo olvidar aquellos niños volando por el aire? Tal vez la comparación suene pretenciosa, pero para ilustrar el concepto que expongo acerca del vagabundo de Rebecca, no estaría mal establecer una relación con el personaje que la misma actriz realizó en Bleu (Krzysztof Kie?lowski, 1993) en donde una mujer sobrevive a la muerte de su marido e hija en un accidente automovilístico. Tanto Rebecca como Julie son cuerpos invisibles que “des habitan” la escena en búsqueda de recuperar algo de paz. Poppe seguro pensó en esta conexión cuando decidió poner en escena un móvil (colgante generalmente artesanal que se ubica en puertas o ventanas como “llamadores”). Quienes recuerden Bleu podrán establecer la misma relación, con seguridad, porque en ambos filmes este elemento es central para la comprensión simbólica y el goce estético. En Bleu funciona como recuerdo y huella del dolor, en Mil veces buenas noches, como advertencia de lo que pudo haber sido. Mil veces buenas noches es la puerta de entrada a un mundo para la mayoría vedado y lejano, pero lo que oculta en el fondo es la guerra no sólo como conflicto territorial sino también como drama interior de una madre que cada vez que saluda a sus hijas antes de dormir activa el crudo proceso de un supuesto duelo, que en un abrir y cerrar de ojos puede transformarse de simulacro a realidad. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Atrapada en un dilema moral Erik Poppe (Noruega, 1960) se ha desempeñado como reportero de guerra antes de dedicarse al cine. Precisamente su cuarto largometraje, “Mil veces buenas noches”, está dedicado al oficio que él conoce y a partir de su propia experiencia personal, escribió el guión junto a Harald Rosenløw Eeg, en el cual narra la historia de Rebecca (Juliette Binoche), una fotógrafa especialista en escenarios de conflicto. Se trata de una coproducción entre Irlanda, Noruega y Suecia. En la ficción, Rebecca es una irlandesa que está considerada una de las mejores fotógrafas del mundo. Se interesa especialmente en las guerras protagonizadas por etnias musulmanas y también por los polvorines africanos, con sus secuelas de muertes, destrucción y desplazamientos de personas que terminan en asentamientos de refugiados, donde solamente subsisten gracias a la ayuda que reciben de organismos internacionales. Sin embargo, el eje de la película es el conflicto interno que padece la protagonista (un excelente trabajo de Binoche, que nunca decepciona), ya que la pasión que siente por su oficio la lleva a asumir riesgos extremos y a pasar largas temporadas alejada de su familia. Ella está casada con Marcus (Nikolaj Coster-Waldau), un biólogo marino, con quien tiene dos hijas. La paradoja de la familia es que el hombre es quien se queda en casa y se encarga de atender a las niñas y de todas las necesidades del hogar, mientras ella, la mujer, anda por el mundo arriesgando su vida y descuidando su rol de madre. Ese conflicto interno hace crisis cuando Rebecca es herida durante una explosión provocada por una terrorista suicida, mientras ella hacía su trabajo en Afganistán. A su regreso a casa, tiene que enfrentar los cuestionamientos de su marido y de las niñas. El desarrollo de la trama muestra la relación de esta pareja, que tiene una vida cómoda en un bello lugar de Irlanda. Ambos, profesionales destacados en lo suyo, cuentan con un importante prestigio en el mundo intelectual, como referentes de personas cultas e interesadas por los dramas de la civilización humana. Ella, como testigo de las consecuencias violentas de la ambición de las multinacionales en los territorios africanos, y él, investigando la contaminación en los mares como producto de los desechos de la industria nuclear. En un momento, Rebecca decide hacer el sacrificio de renunciar a su trabajo para dedicarse a su familia y salvar su matrimonio. Pero, las presiones del medio y una decisión errónea, que pese a todo no es de su exclusiva responsabilidad, llevarán las cosas a una nueva crisis en la pareja. Así, paradójicamente, las desinteligencias con su marido la empujarán nuevamente a Afganistán, para continuar con el trabajo que había quedado interrumpido a raíz del estallido que la dejó herida tiempo atrás. Sólo que ahora, Rebecca ya no es la misma de antes y empieza a ver las cosas de otra manera. La película de Poppe es impecable en los aspectos formales. Una excelente fotografía, buenos (y bellos) actores, tensión dramática medida y equilibrada, nada de golpes bajos, y un desarrollo clásico de la historia. Un formato seductor para plantear algunos interrogantes cruciales en los tiempos que corren, que Poppe, en una entrevista, los resume así: “Eres un testigo, y como testigo también te preguntas constantemente hasta qué punto lo que fotografías es real o lo están fabricando para ti”.