HOMENAJE Y DESBORDES
El concepto sobre el que se construye esta película de Néstor Zapata (basada a su vez en una novela propia) luce un poco avejentado: una melancolía propia de cierto espíritu tanguero, el artista de variedades, el amor romántico y trágico, la magia como metáfora de la vida real y un surrealismo superficial que sirve para representar fantasías y sueños, cayendo en alegorías un poco gritonas. Si bien la literatura argentina tiene tradición en lo fantástico-tanguero, de Borges a Dolina, y el cine argentino construyó un verosímil con estos elementos entre los 80’s y los 90’s, tal vez el problema de Milagro de otoño no sea lo viejo del asunto, sino los evidentes problemas narrativos de una película que no puede integrar sus clichés y sus apuestas estéticas con fluidez.
Milagro de otoño se construye como un relato dentro de otro relato, con un juego entre realidad y ficción que nos invoca no sin cierta dosis de esoterismo. Hay algo de cuento en el aire, pero las formas no terminan de capturar el espíritu. Alguien cuenta la historia de un niño y su madre, pero fundamentalmente de ese chico que es nombrado con el mismo nombre de un ilusionista y que toma eso como horizonte en su vida. Faxman entonces crece y se convierte en un mago, un ilusionista, pero también un artista de variedades que recorre los pueblos con su desvencijado Citroen 3CV. Faxman es también un solitario, alguien que ocupa los espacios con un dejo de tristeza y al que Luis Machín le presta su porte de perdedor trágico, aunque a veces hay un exceso en su personalidad un poco border. En sus mejores pasajes, Milagro de otoño se confiesa como un homenaje a las viejas tradiciones del espectáculo, a los artistas trashumantes, y en ese sentido hubiera bastado con la representación de un oficio y sus pesares.
Sin embargo Milagro de otoño se pretende una historia de amor, de esas trágicas que quitan el aliento, y de las que nos llevan a mirar atrás para repensar nuestras vidas. Si el amor romántico es recreado sin miedo a caer en el cliché o en lo edulcorado, y eso está más que bien y conecta acertadamente con la estética de la película, los problemas llegan cuando lo fantástico se termina de representar en la historia y Milagro de otoño pierde su esforzada ambigüedad. El film de Zapata ingresa en un camino espinoso, repleto de analogías y simbolismos; un camino del que no muchos salen bien parados y que requiere cierto rigor en las formas o un manejo que contenga los desbordes. Nada de eso pasa aquí y la película se termina perdiendo en los vericuetos de su propia escritura, en una búsqueda innecesaria de lo poético cuando lo que mejor había funcionado era la mirada nostálgica sobre un tiempo y un oficio.