Cine sobre teatro, sobre giras, sobre la vida de un ilusionista que en el camino de entretener encontró el amor y la tragedia. Cine con una mirada antigua, aunque por sus interpretaciones protagonicas lo vale.
Nostalgia y melancolía dominan esta historia que el rosarino Néstor Zapata, fundador y director -allá por los 60- de la primera Escuela de Cine de Rosario, el Taller Arteón, imaginó primero como novela y luego como película. En el centro de la escena está Faxman, un artista trashumante que escapa de un estado patente de abulia cuando conoce imprevistamente a Candelaria, un amor que había estado esperando durante demasiado tiempo. Filmada casi íntegramente en Rosario -también se rodaron algunas escenas en pequeñas localidades del sur de Santa Fe-, la película descansa sobre todo en el solvente trabajo de Luis Machín, protagonista absoluto de un relato sobrecargado de alegorías y viajes al pasado integrados como elemento fantástico en una trama por lo demás convencional. Capaz de teñir cada momento de su interpretación con el color más adecuado para la circunstancia, el experimentado actor se hace cargo de un papel exigente apelando a su notorio oficio y a la memoria del cuerpo: igual que su personaje, un artista popular y andariego que empieza a vislumbrar su ocaso, él también trabajó sn su juventud como titiritero. Faxman también se dedica a la magia, y gracias a uno de los modestos trucos con los que intenta cautivar al público de los pueblitos que visita conoce a quien lo ayudará a cambiar de perspectiva: una joven cuyo temperamento y estilo están claramente inspirados en las heroínas más cándidas del melodrama.
La última película del rosarino Nestor Zapata ("Fontanarrosa, lo que se dice un idolo") relata la historia de Faxman (Luis Machín), un artista itinerante que en uno de sus shows conoce a Candelaria (Sol Zaragozi), una joven que no tarda en convertirse en el amor de su vida. El punto de inicio de la historia es una camarera de bajos recursos que queda embarazada y pierde su trabajo en el bar en el que trabaja. Está a punto de abandonar a su hijo porque no puede mantenerlo, pero decide quedárselo y criarlo junto a un hombre que la encuentra en su peor momento. Ese niño crece y se convierte en Faxman, el ilusionista. El problema es que esta introducción que construye Zapata está plagada de lugares comunes desde el guion y la dirección de actores. "Milagro de otoño" sigue a este artista solitario y con poco talento a lo largo de su recorrido por diferentes pueblos. La película profundiza la relación que comienza a tener Faxman con Candelaria luego de conocerla. Allí Zapata hila una narrativa dramática poco original y previsible pero que además vira por momentos hacía lo fantástico. A partir de allí el director alterna lo onírico con lo real, los recuerdos con el presente, lo mágico con lo mundano, pero lo hace de una manera tan subrayada y pretenciosa que no resulta interesante ni conmovedor. Desde lo narrativo, la película deja varios vacíos que el espectador podrá completar o no. Los rubros técnicos tampoco resultan funcionales a la historia. Zapata pretende ahondar sobre los artistas itinerantes de los pueblos del interior, el amor incondicional, los recuerdos de familia, la importancia de perseguir los sueños, temáticas universales que donde esta historia intenta encontrar un entramado que a todas luces se ve forzado. Machín es un gran actor y su profesionalismo y entrega están puestos en este personaje al cual dota de matices y sensibilidad, pero resulta muy difícil dejarse llevar por esta historia.
Faxman es un actor trashumante, un artista titiritero de variedades que aprende el oficio. Como muchos de su condición, recorre diferentes localidades de Argentina con su extravagante espectáculo y a bordo de su antiguo automóvil, cosechando más obstáculos que suerte. Busca recuperar aquel fulgor perdido, busca sanar su alma. El destino lo unirá a Candelaria, quien se convertirá en el amor de su vida. Esta es la noble premisa argumental, a simple vista, del film dirigido por el rosarino Néstor Zapata, director, productor y dramaturgo teatral de amplísima trayectoria en nuestro medio. En 1965 fundó Grupo Arteón, reconocido espacio de arte de la urbe santafesina, coincidiendo con su primera experiencia en el ámbito cinematográfico: el cortometraje experimental «C.65». Más de medio siglo después de aquellos inicios, retorna a su ciudad natal para adaptar un cuento de propia autoría, rodado entre 2018 y 2019. Esperanzadora y entrañable, elige cierto sabor nostálgico para traernos la esencia autóctona de una ciudad de Rosario que resiste a la avasallante modernidad, ambientando el relato en los años ‘60. No es la única lucha contra el tiempo que escenifica “Milagro de Otoño”. También lo es la pugna eterna del hombre contra el irreversible transcurrir de los años. Temáticas universales como el amor, la soledad, las pérdidas afectivas y la finitud son recreadas bajo matices alegóricos. En la piel del buscavidas ilusionista de encuentra el también rosarino Luis Machín, quien vuelve a colaborar con Zapata luego de hacerlo, décadas atrás, para la obra de teatro “Malvinas, canto al sentimiento de un Pueblo”. La persecución de íntimos sueños, la fe denodada y el deseo de un próximo reencuentro dimensiona una historia que echa mano del elemento fantástico para dialogar entre líneas paralelas: el sentimiento excede el plano físico.
El artista que viaja en el tiempo buscando un amor A Don Gregorio le llaman “El relojero”, porque tiene “la manía de jugar con el tiempo”. Este relojero, interpretado por Mario Alarcón, es la voz en off que atraviesa la trama de “Milagro de otoño”, del director rosarino Néstor Zapata, quien mechó pincelazos de su vida de artista en un filme que mixtura el melodrama clásico con el género fantástico. El alter ego de Zapata es Faxman, que no es otro que Luis Machín, quien también versiona sus inicios teatrales junto al realizador local. Y le pondrá el cuerpo a un ilusionista de baja monta que sale por los pueblos de Santa Fe con un Citroën desvencijado, desde donde promociona con un megáfono su show de “hipnotismo y marionetas”. El público lo ovaciona o se ríe cuando a Faxman le falla el truco, pero todo suma en su periplo artístico. Hasta que en la localidad de Tortugas un día hipnotiza a Candelaria (la debutante Sol Zaragozi) en medio de una función de un club de pueblo y los dos quedan encandilados de amor. Zapata utiliza una puesta casi teatral que puede ir a contrapelo del vértigo cinematográfico y audiovisual de estos tiempos, pero que sin embargo es leal a la sensibilidad y al tono que siempre le imprime a sus producciones. Tanto la dirección de fotografía de Héctor “Nene” Molina como la música original de Jorge Cánepa y las orquestaciones de Pablo Pasqualis (todos con amplia trayectoria local y nacional) le dan un logrado sello estético al filme. El toque de realismo mágico se dará cuando Faxman sufre una angustia muy grande (que conviene no spoilear) y apela a aquel relojero que lo lleva al túnel del tiempo para reconstruir la geografía del pasado. En ese viaje aparecen el niño que fue (interpretado por Lorenzo Machín, hijo de Luis), su mamá (Bárbara Zapata, hija de Néstor), la figura de su padre y todo el paisaje de una vida que es historia pero que aflora en el presente. Ese aire familiar, que se respira tanto en la ficción como en la realidad, se corona con la dedicatoria final del director a un gran amor que, como le pasó a Faxman, también resiste el paso del tiempo.
“¿Qué es eso de extrañar?” Le pregunta un personaje a otro, como si se tratara de una burla. Todo ser humano extraña algo, alguien; y cuando sucede, el dolor y el deseo se vuelven uno y la razón es descartada de cuajo en el momento de pedir un minuto más para disfrutar aquello que se fue. Sobre esta base se construye Milagro de Otoño, de Nestor Zapata, uno de los estrenos de cine nacional de la semana del 2 de diciembre. La historia se centra en Faxman (Luis Machín), un ilusionista que recorre las ciudades argentinas con su modesto espectáculo en su vieja Citroën. Un día conoce a Candelaria (Sol Zaragozi), quien se convertirá en su ayudante y su gran amor. Pero un evento cambiará su vida de forma drástica y… el resto habrá que verlo en la pantalla. Basado en el libro Milagro de Otoño, del propio Zapata, el film es un relato absolutamente emotivo. Cada plano va construyendo un universo de ensueño que hará lagrimear a más de una persona. Visualmente increíble. Las interpretaciones de Machín y Zaragozi hacen que siga floreciendo esta historia de amor, por momentos tan cariñosa. Entre las figuras, también es menester mencionar la presencia de Mario Alarcón, quien sirve no sólo de narrador, sino que cumple una pieza fundamental en la narrativa fantástica, es el motor que mueve todo lo que ocurre en la película. Simple, e impresionante de ver. Quien completa el armado de esta pieza es la música de Jorge Cánepa. Con elementos que remontan a los carnavales y circos de otras épocas, la cinta fluye como si se estuviese escuchando un cuento. Es, en pocas palabras, una amalgama perfecta. Un sueño que deja completamente de lado la razón y pone al arte, a los artistas y a la emoción en primer plano. Milagro de Otoño está para verla con los ojos y el corazón bien abiertos.
HOMENAJE Y DESBORDES El concepto sobre el que se construye esta película de Néstor Zapata (basada a su vez en una novela propia) luce un poco avejentado: una melancolía propia de cierto espíritu tanguero, el artista de variedades, el amor romántico y trágico, la magia como metáfora de la vida real y un surrealismo superficial que sirve para representar fantasías y sueños, cayendo en alegorías un poco gritonas. Si bien la literatura argentina tiene tradición en lo fantástico-tanguero, de Borges a Dolina, y el cine argentino construyó un verosímil con estos elementos entre los 80’s y los 90’s, tal vez el problema de Milagro de otoño no sea lo viejo del asunto, sino los evidentes problemas narrativos de una película que no puede integrar sus clichés y sus apuestas estéticas con fluidez. Milagro de otoño se construye como un relato dentro de otro relato, con un juego entre realidad y ficción que nos invoca no sin cierta dosis de esoterismo. Hay algo de cuento en el aire, pero las formas no terminan de capturar el espíritu. Alguien cuenta la historia de un niño y su madre, pero fundamentalmente de ese chico que es nombrado con el mismo nombre de un ilusionista y que toma eso como horizonte en su vida. Faxman entonces crece y se convierte en un mago, un ilusionista, pero también un artista de variedades que recorre los pueblos con su desvencijado Citroen 3CV. Faxman es también un solitario, alguien que ocupa los espacios con un dejo de tristeza y al que Luis Machín le presta su porte de perdedor trágico, aunque a veces hay un exceso en su personalidad un poco border. En sus mejores pasajes, Milagro de otoño se confiesa como un homenaje a las viejas tradiciones del espectáculo, a los artistas trashumantes, y en ese sentido hubiera bastado con la representación de un oficio y sus pesares. Sin embargo Milagro de otoño se pretende una historia de amor, de esas trágicas que quitan el aliento, y de las que nos llevan a mirar atrás para repensar nuestras vidas. Si el amor romántico es recreado sin miedo a caer en el cliché o en lo edulcorado, y eso está más que bien y conecta acertadamente con la estética de la película, los problemas llegan cuando lo fantástico se termina de representar en la historia y Milagro de otoño pierde su esforzada ambigüedad. El film de Zapata ingresa en un camino espinoso, repleto de analogías y simbolismos; un camino del que no muchos salen bien parados y que requiere cierto rigor en las formas o un manejo que contenga los desbordes. Nada de eso pasa aquí y la película se termina perdiendo en los vericuetos de su propia escritura, en una búsqueda innecesaria de lo poético cuando lo que mejor había funcionado era la mirada nostálgica sobre un tiempo y un oficio.
El cine es la máquina del tiempo La producción de Arteón que dirige Néstor Zapata, protagonizada por un mago de pueblo que interpreta Luis Machín, llega a las salas luego de un recorrido internacional de relieve. El arribo a las salas de Milagro de Otoño finalmente se produjo y de una manera consecuente con el deseo de su realizador, Néstor Zapata. Nada de streaming, para que la película tocara la mirada de las y los espectadores a través de la gran pantalla. Como debe ser. El derrotero de la tercera película de Zapata (luego de Bienvenido León de Francia! y del segmento dirigido en Fontanarrosa, lo que se dice un ídolo) viene con premios y exhibiciones especiales. Por un lado, las proyecciones que tuvieron lugar en el Festival de Mar del Plata en 2019 y en la reciente Muestra Audiovisual Santafesina que formó parte de Pulsar Santa Fe: Exhibición y Mercado de Contenidos. Entre medio, la pandemia, la imposibilidad de acceder a las salas locales, pero el reconocimiento creciente en los festivales. Hasta el momento, son 17 los galardones obtenidos; entre ellos: Mejor Película de Largometraje Ficción en el VI Festival Internacional de Cine de Medellín-FestMedallo 2021; Premio del Público a la Mejor Película de Largometraje Ficción del LatinUy 12, Festival Internacional Cine Latino de Punta del Este 2020; Premio al Mérito Mejor Largometraje en Accolade Global Film Competition 2021, San Diego, California (EEUU). Y la participación en el rubro Selección Oficial en los Festivales Internacionales de Sydney, Londres, Malta, Java, San Diego y Madrid. Efectivamente, la película debía ser vista en salas porque, ¿cómo creer en la magia desde la multitud de pantallas móviles y dispersas? Faxman, el mago de pueblo que interpreta Luis Machín, no tiene cabida allí. Antes bien, es de una progenie que lo emparenta con el Mandrake de Fellini y Mastroianni y la estirpe de los artistas ambulantes que habitan en el cine de Favio. El lugar de encuentro de todos ellos es, qué duda, la pantalla grande. Allí, justamente, el sinónimo entre ella y la magia, trasladable al encantamiento con el cual Faxman hace creer en su ángel, cuyo vuelo no esconde un mecanismo tosco. La película pide a sus espectadores y espectadoras esa misma suspensión de incredulidad. Sol Zaragozi encarna a Candelaria, la muchacha que deslumbra a Faxman. De esta manera, Milagro de Otoño opera desde un cine que recupera su esencia de muchedumbre, de rito en sala comunitaria, de espectáculo que visita pantallas y pueblitos. De algún modo, Faxman es también un viajero que lleva consigo películas, así como sucedía antes, con el público a la espera de nuevas historias. El suyo es un número algo rústico, de poses y palabras impostadas, exagerado y por momentos risible, pero lo suficientemente mágico como para despertar el interés de una muchacha luminosa, capaz de invertir el espejo y encantar al mago (el ángel cobra vida, vale decir). Candelaria (Sol Zaragozi) deslumbra a Faxman, lo detiene en su andar y le hace adivinar algo más, a compartir. Entre ella y él nace un mundo diferente. Necesariamente, la historia de Faxman debe habitar en el pasado, en el mundo de los barrios, bares y fiestas de clubs, entre bailes y calles de tierra. Es un tiempo apenas alejado. Vale aquí una explicación: el cine tiene la posibilidad de transformar lo que toca, como lo hace una varita. En este sentido, la tarea en la dirección artística que Milagro de Otoño exhibe, gracias a las virtudes de Carolina Cairo y Lucas Comparetto, transforma a Rosario y alrededores en lo que alguna vez fueron. Paisajes urbanos, veredas y fachadas que la cámara recorta, que de veras existen y guardan consigo el aire de tiempos pasados. El entorno habitual se convierte en máquina del tiempo, y las calles de siempre dejan alumbrar un ayer todavía vivo. Este habitar en el pasado podría ser también un volver cíclico, que opera como un loop, como un círculo sin salida. Tal vez y voluntariamente, a consciencia, Faxman caiga allí para nunca más escapar. Los días de la infancia, los del deseo encendido y la sonrisa de Candelaria. Ahora bien, ¿cómo volver?, se pregunta el mago. Bien sabe él que no se puede. Pero hay alguien, un relojero de aparecer intermitente (interpretado por Mario Alarcón, posible variante del diablo de Alfredo Alcón en Nazareno Cruz), que le propone retroceder las agujas. El hechizo –cierto o no, qué importa– se produce. Así como en las películas. De manera similar al encantamiento en el cual caía el protagonista de Pide al tiempo que vuelva, aquella lograda fantasía temporal basada en la novela de Richard Matheson. Chiqui Abecasis. Faxman vuelve a sus días pasados. O a algo que se le parece. El recuerdo es tramposo, lo que era siempre se tiñe de matices no muy exactos. (El relojero misterioso, vale agregar, no es alguien que dé lo suyo a cambio a nada.) Pero hay una guía, un cordel, del cual Faxman se aferra. Es ella. Si se reencuentra o no con Candelaria no es algo que valga la pena dictaminar. Antes bien, se trata de creer. Lo que en todo caso se desprende es la historia misma, la que las palabras del barrio y sus habitantes compartirán en el afán de explicar lo que tal vez sucedió. En este sentido, la historia de Faxman ya ocurrió, toda ella es un pasado, un gran flashback, contenido en el relato que de él se hace a partir de un presente más o menos impreciso, repartido entre las varias voces que conjugan, como pueden, el misterio del mago enamorado, víctima como nadie –o como tantos– del hechizo mayor.