Pocos asuntos tan melancólicos, y fascinantes, como el de los pueblos que desaparecen. Pero de Mariano Miró, en La Pampa argentina, no queda nada, ni ruinas ni casas abandonadas, casi ni el recuerdo. Este documental, de la pampeana Franca González, nace a partir de un descubrimiento fortuito, el de los chicos de una escuela rural que vieron algo brillar en la llanura. Ahí, en medio de la nada, empezaron a emerger cientos de fragmentos de lo que fueron casas y comercios para unos 500 habitantes. Miró, las huellas del olvido, es una especie de crónica arqueológica, que va reconstruyendo con lo poco que queda la historia de ese lugar, dejando para el final la gran pregunta, ¿porqué se fueron?, ¿qué fue lo que pasó?
La directora acompaña y pregunta. Elige, discutiblemente, usar el off de los testimonios, cuando los pocos que aparecen frente a cámara aportan una enorme riqueza -hay que ver al descendiente de una familia pobladora, hoy veterano, saltando alambrados y subiendo al caballo a pelo mientras evoca historias-. Pero aún así, el recorrido al que invita el documental, por mapas y documentos, por fotografías y un puñado de historias tristes, en la fotogenia increíble del territorio que fundó la literatura argentina, tan distinto del actual, es fascinante. Sin bajar línea, porque no hace falta y el material no lo merece, Miró va creciendo como relato y símbolo, si se quiere, de cómo a la historia también se la puede tragar, literalmente, la tierra.